Bukimi no Tani Genshō


 

¿Alguna vez os habeis preguntado porque los muñecos de ventrilocuo, las muñecas de porcelana, los payasos o los robots dan miedo?
Se trata del efecto conocido como "valle inquietante".
Traducido del termino original, Bukimi no Tani Genshō, acuñado por el doctor en robótica Masashiro Mori en 1970.
Su hipotesis, dada practicamente por cierta en la actualidad, despues de multiples estudios, dice que no hay una evolucion lineal entre el realismo de una representación humana y la empatia que despierta en el espectador.
Un personaje completamente inhumano, no despierta ninguna empatia, pero según se le va dotando de caracteristicas humanizadoras, se percibe como más agradable.
La previsión es que cuanto más parecido a un ser humano, más empatia despertará y mas agradable resultará.
Pues no.
Mori descubrió que hay una caida sustancial de la percepcion cuando el sujeto se acerca mucho a la apariencia humana, pero sin serlo completamente. A esa depresión en el grafo le llamó valle inexplicable o valle inquietante.

Este efecto no solo se aplica al aspecto, sino al comportamiento, y se explota en multitud de peliculas para jugar con la desazón del espectador. Los movimientos espasmódicos de los zombies, las contorsiones imposibles de la niña del exorcista o The Ring, los andares mecánicos del Terminator... Todo ello "no encaja" en como deberían ser las cosas y ayudan a la atmósfera de tensión.
Sin embargo, cuando se utilizan mal, el batacazo es brutal, como pueden testimoniar peliculas de animación como Polar Express, Beowulf o Final Fantasy, que pretendían recrear personas reales en animación 3D y acabaron dando una grima acojonante.

El motivo de este efecto puede darse porque, a partir de un punto, dejamos de pensar en el objeto, robot o lo que sea, como un objeto humanizado y empezamos a verlo como un humano defectuoso. Si parece casi humano, pero no se comporta como tal, existe una disonancia entre lo que esperamos instintivamente de él y lo que hace. Por eso los muertos tambien entran en ese valle.
Uno de los miedos mas atávicos del ser humano es la muerte, con lo cual todo lo que se acerque a la apariencia de un muerto (o el hecho de que un muerto no se comporte "como debe") descuadra los esquemas cognitivos del ser humano.
Lo mismo pasa con humanos deformes o enfermos, instintivamente nuestro cerebro consideran que "se sale de la norma" y nos pone en sobreaviso.
Otras teorias dicen que el efecto ocurre porque consideramos amenazada nuestra posición especial. El ser humano se considera lo más único del universo y el resto de organismos, biologicos o no, estan aún muy lejos de hacer lo que podemos hacer lo humanos. Si en una obra de ficcion nos presentan un individuo capaz de hacer lo mismo que un humano, podemos desestimarlo como ficción y racionalizarlo, pero cuanto más se acerque la representación de ese ser al del humano, sin serlo, mas aversión nos producirá.

Por eso, la industria de la robótica sigue la directriz de que, si no eres capaz de representar una cara humana con suficiente fidelidad, opta por un aspecto caricaturesco o directamente no le pongas cara.
Que una parodia de cara humana se dirija a tí, puede ser muy inquietante.
En menor medida, el efecto se puede aplicar a cualquier criatura, no solo a humanos, y es por eso por lo que los hibridos generan desazón. Tener caracteristicas de una criatura y comportamiento de otra o tener mezcla de caractaristicas de varias criaturas, convierten a un animal en un monstruo.

Un caso extremo de este efecto podría ser la patologia conocida como Sindrome de Capgras, en el que el individuo cree que un familiar, un conocido o, en casos extremos, su propio hogar, ha sido sustituido por un duplicado exacto. El cómo y el por qué de esta sustitución pueden tener varias explicaciones para el paciente, pero no deja de ser llamativo que el duplicado sea exacto en todos los sentidos pero no sea el "original". Es todo igual, pero hay "algo" distinto e inexplicable.
DISCLAIMER
El efecto tambien se suele dar en algunas de las producciones de Ralph Bakshi y otros, debido al uso extensivo de la rotoscopia, tecnica con la cual se podía replicar el movimiento de actores humanos y trasladarlo a personajes dibujados. Que un dibujo animado se mueva exactamente como una persona real provoca esta suerte de "desfase" entre expectativa y resultado, al no comportarse "como debe".
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  • La frase de Hoy: Mi desgracia es que me asemejo demasiado a un hombre. Preferiria ser una bestia por completo, como una cabra. Quasimodo, el jorobado de Notre Damme.
  • Para el que no lo Sepa: Beowulf es una leyenda nordica que cuenta las aventuras del personaje principal, un heroe gauta, contra el troll Grendel y su madre (de Grendel o de ambos, según versiones).

La tigresa de Bretaña

En algun momento de 1300, en las cercanias de Parthenay, Francia, nació Jeanne Louise de Belleville.
Hija de dos nobles de la zona, fue casada con 12 años con el noble bretón Geoffrey de Chateaubriant, con quien tuvo dos hijos, Geoffrey y Loiuse.
Tras la muerte de su marido en 1326 se volvio a casar durante un breve periodo con Guy of Penthièvre, posiblemente para preteger a sus hijos menores de edad.
Pero la familia de Guy intrigó contra ella y, apelando al Papa Juan XXII, consiguieron la nulidad del matrimonio para poder casar a Guy con Maire de Blois, sobrina del rey Felipe VI de Francia.
En 1330 se casó de nuevo, esta vez con Olivier de Clisson, un rico bretón con un castillo en Clisson, una mansion en Nantes y tierras en Blaine. Las posesiones de Jeanne en Pitou y Beauvoir-sur-mer al suroeste de Clisson, convirtieron a la pareja en un poder a tener en cuenta en la región.
Tuvieron cinco hijos: Isabeau, Maurice, Olivier, Guillaume y Jeanne.

Tuvieron una vida feliz, aparentemente, ya que la historia no los menciona hasta 1342
Durante la Guerra de Sucesión Bretona, donde ingleses y franceses se disputaban el derecho a la corona ducal vacante de Bretaña, Olivier se alineó con el bando frances, a favor de Charles de Blois contra la opción inglesa, personificada en John de Montfort.

En 1342 Olivier, junto con  Hervé de Lion, defendió Vannes de los ingleses hasta que, tras cuatro intentos, la ciudad cayó. Olivier fue el único puesto en libertad, tras un intercambio por Ralph de Stafford y una ínfima suma de dinero.

Los franceses pensaron que ese trato debia ser una recompensa por su traición y decidieron quitarse de enmedio a Olivier y confiscar sus tierras. Para ello, capturaron a Olivier durante un torneo en Malestroit, llevado a París y decapitado tras juzgarlo y condenarlo por traicion murrapido.
La cabeza la llevaron a Nantes, donde la colgaron de los muros como ejemplo.

Jeanne... ¿Cómo decirlo? Jeanne no se lo tomó bien.

Antes de que los franceses pudieran ejecutar el embargo, vendió todas sus posesiones y con el dinero alzó un pequeño ejercito con el que, de primeras, atacó un castillo en Touffou, dejando a un único superviviente.
Luego se dice que destruyó una guarnición en Château-Thébaud, que anteriormente había estado a cargo de su marido.

¿Y los franceses que hicieron? Bueno, los franceses estaban en medio de lo que se llamó la Guerra de los Cien Años y no pudieron aplastar la rebelion inmediatamente. Los bretones, que consideraban que el rey había actuado de mala fe y consideraban que Olivier había sido asesinado, aportaron todo el apoyo que pudieron a Jeanne.
Sin embargo, Jeanne sabia que no iba a poder mantener la ventaja en cuanto Felipe VI el Afortunado pudiera reorganizar sus tropas.

De modo que con el dinero que le quedaba, construyó tres barcos, los pintó de negro y con las velas teñidas de rojo y a bordo de la nave capitana llamada Mi Venganza, se echó al Canal de la Mancha y se puso a hundir todo lo que tuviera bandera francesa.

Durante entre 2 meses y 13 años, pues las fuentes no se ponen de acuerdo, la Tigresa de Bretaña (Leoness en ingles, tigresse en frances) castigó a la flota francesa como nunca, para enorme satisfacción de los ingleses, a quienes llego a abastecer en 1346, durante la batalla de Crecy, empleando sus barcos.

Pero eventualmente fue derrotada y su nave hundida. Aunque consiguió escapar en un bote con sus dos hijos Olivier y Guillaume, quien tras cinco dias a la deriva murió de hambre y cansancio.

Madre e hijo fueron rescatados por partidarios de los Montfort y llevados a Inglaterra, donde sus esfuerzos fueron recompensados casando a Jeanne con Sir Walter Bentley, con quien vivió en el castillo de Hennebont hasta el fin de sus dias en 1359.

El mismo Eduardo III de Inglaterra confirmó que Olivier recibiría las posesiones de su madre, así como las de su padrastro. En 1360, finalmente el rey de Francia rehabilitó a Olivier de Clisson, y su hijo pudo reclamar las tierras que le correspondían.

  • La Frase de Hoy:
    • Disparado esmeril, toro herido;
      fuego que libremente se ha soltado,
      osa que los hijuelos le han robado,
      rayo de pardas nubes escupido;

      serpiente o áspid por el pie oprimido,
      león que las prisiones ha quebrado,
      caballo volador desenfrenado,
      águila que le tocan a su nido;

      espada que la rige loca mano,
      pedernal sacudido del acero,
      pólvora ha quien llegó encendida mecha;

      villano rico con poder tirano,
      víbora, cocodrilo, caimán fiero
      es la mujer si el hombre la desecha le tocas los cojones
      •  Quevedo
  • Para el que no lo Sepa: Olivier V Clisson, el de la Jeanne, combatió en 1370 junto con Bertrand Du Gluescin, condestable y mercenario frances, famoso en estos lares por la frase "Ni quito ni pongo rey, pero ayudo a mi señor".

That Day Again

El cruel Macdonald
(que bien merece el nombre de rebelde
y para ello acapara sobre sí
todo un enjambre de infamias) recibió
de las Islas del Oeste soldadesca irlandesa,
y la Fortuna, sonriendo a su ruin causa,
parecía la puta de un rebelde. Mas todo en vano:
el bravo Macbeth (pues es digno de tal nombre),
despreciando a la Fortuna y blandiendo
un acero que humeaba de muertes sangrientas,
cual favorito del Valor se abrió camino
hasta afrontar al infame
y, sin mediar adiós ni despedida,
lo descosió del ombligo a las mandíbulas
y plantó su cabeza en las almenas.

Dices que Dices

 
Para cualquiera, jugar al rol es reunirse con unos amigos y unas hojas de papel y ponerse a tirar dados. Pero ¿os habeis parado a pensar la cantidad de sistemas de rol que existen?
La base de la mayoria de los sistemas es alcanzar o superar un numero objetivo a fin de delimitar si se ha conseguido realizar la accion o no. Debido a esto, la principal diferencia de unos sistemas y otros es si el resultado preferible es a la alta (teniendo que superar con la tirada el numero objetivo, i.e cuanto mas alta, mejor) o a la baja (teniendo que sacar en los dados menos del numero objetivo (i.e cuanto menos, mejor).
 
La segunda division la tenemos en el tipo de dado que se usa, dando como resultado los sitemas principales D6, D8, D10, D12, D20 y D100 o percentual. Existen tambien sistemas que usan todos los dados, como el Cortex system.
No me consta ningun sistema cuyo dado principal sea el D4 pero se puede crear perfectamente.
A la ya de por si amplia variedad de dados a usar en el sistema, podemos añadir la forma de calcular el resultado.
Por ejemplo en L5A (la leyenda de los 5 anillos, un juego de samurais ambientado en una suerte de Japón feudal) se usa un metodo de lanzar-guardar, de manera que no todos los dados que se tiran sirven para calcular el resultado y solo se cuentan parte de ellos.
De esta forma el jugador puede optar por tratar de tirar mas dados aunque guarde menos, o tirar pocos pero tratando de guardarlos todos.
Un ejemplo practico. Si el numero objetivo de una tirada es 15, el jugador tirara un determinado numero de dados (iguales a su puntuacion de atributo+habilidad usada) pero solo sumara el resultado de tantos dados como su valor de atributo. Asi, si el pj del ejemplo tiene 2 dados de atributo y 3 de habilidad, tiraria 5 dados sumando solo el resultado de 2 de ellos (los más altos, si quiere el resultado mas alto).
En otros casos, como por ejemplo Vampiro, Hombre Lobo o cualquier juego ambientado en lo que se conoce como "Mundo de Tinieblas", el numero objetivo es para cada dado D10. Concretamente en el nuevo sistema las tiradas de mas de 7 son exitos, siendo fallos los resultados de 7 o menos. De esta forma, el componente variable es el numero de dados, que se obtiene de la puntuacion de atributo o de la suma de atributo+habilidad si hay alguna relevante.
Por otro lado, en el caso de los juegos con sistema percentual, el numero objetivo viene determinado por el porcentaje de exito de la propia caracteristica que se prueba, dando como resultado que para distintos personajes la dificultad sera distinta para una misma accion. En estos sistemas la puntuacion se expresa con un porcentaje, y es por debajo de esa puntuacion donde hay que puntuar. Asi un personaje con 75% en una habilidad conseguira realizar la accion con exito cuando saque 75 o menos en el D100 (que normalmente se representan con 2D10, uno para las decenas y otro para las unidades).
El famosísimo Dungeons and Dragons, se emplea sobre todo el D20 aunque en diversas partes del juego todos los dados tienen cabida. Sin embargo, hay ocasiones donde el resultado deseado es a la alza (básicamente cualquier chequeo de habilidad) y otras en las que el numero objetivo es a la baja (principalmente las tiradas de combate), lo que complica las cosas y hace que algunas acciones sean excesivamente simplificadas o tremendamente complejas. No en vano, fue el primer juego de rol y tenía sus carencias.
Finalmente tenemos el caso, casi exclusivo, de sistemas de rol en el que la puntuacion obtenida se compara con una tabla de exitos predeterminada en funcion del rango de habilidad que el personaje posea. El ejemplo mas conocido es el Marvel Super-Heroes, tambien llamado FASERIP, de TSR que asigna una categoria de habilidad a cada rasgo del personaje que a la hora de tirar se compara con la "tabla universal" en funcion del resultado de la tirada.
Como bien saben los aficionados a este juego un 45 es exito si, y solo si, tu habilidad es de rango Excellent o superior, siendo fracaso desde Good para abajo. Esto es debido en gran parte a que los diseñadores del juego emplearon terminos de comic para reflejar los niveles de poder de los personajes, tales como Amazing (Spider-man) o Incredible (Hulk).
No nos olvidemos tampoco del Marvel Universe que usaba cuentas de colores en lugar de dados
Cabe decir que Marvel, en conjuncion con TSR, es tambien el responsable del sistema SAGA que se caracteriza por prescindir de los dados y sustituirlos por un mazo de cartas llamado "Mazo del Destino" compuesto por un centenar de cartas con un palo, un personaje, un valor y un par de adjetivos, así como un "aura" positiva, negativa o neutra.
 
Este sistema, que solo cuenta con dos juegos, uno ambientado en el mundo de Dragonlance y otro en el universo Marvel, basa su mecanica en jugar cartas del palo adecuado para sumar su valor y superar el número objetivo.
 
En cualquier momento se pueden jugar cartas del palo del master (Dragones en uno y Dr Doom en otro) que el master podra usar para complicar las cosas en cualquier momento. En caso de necesitarse algun tipo de elemento aleatorio, se puede robar una carta para generar un encuentro, crear una situación con los adjetivos descritos o establecer una prueba en base al palo.
Con la proliferación de juegos de rol genericos, como FUDGE o FATE (que usa dados SIN NUMEROS!!!), que separan las reglas de la ambientación, nos encontramos en un momento de auge, ayudados por la financiación a traves de crowdfunding.
  • La Frase de Hoy: El Master solo tira los dados por el ruido que hacen. Gary Gygax, padre de los juegos de Rol.
  • Para el que no lo Sepa: Cuando Cesar cruzó el Rubicón para dirigirse a Roma, dijo Alea Iacta Est, que se traduce como "La suerte está echada" pero que en latín significa "Los dados han sido lanzados". En realidad, es muy probable que, al igual que con la frase final Tu quoque fili mii (¿Tu tambien, hijo mio?) Cesar la hubiera pronunciado en griego, ἀνέρριφθω κύβος anerriphthō kubos que significa "Los dados están echados (esperemos ahora la suerte)", famosa frase de Menandro, uno de los escritores favoritos de Cesar. Aunque tanto Suetonio como Plutarco indican que Cesar murio sin decir palabra, solo cubriendose la cabeza con la toga para ocultar su dolor y vergüenza, Suetonio dice que había quienes le oyeron decír  Καὶ σὺ τέκνον Kai su, teknon (¿Tambien tú, hijo?). Sin embargo, dado que el griego era el idioma culto de la época, es más probable que lo utilizara en un momento épico que como últimas palabras. William Shakespeare se decantó por un simple Et tu, Brute? para su tragedia, y así se ha popularizado.
https://vignette.wikia.nocookie.net/powerlisting/images/0/04/Dungeon_Master.jpg/revision/latest?cb=20160210205401
El Master es tu amigo.
Por la cuenta que te trae.

In vino, peritas

No se desde cuando tengo pendiente esta entrada, pero ya toca hablar de vino.
La principal división entre los vinos, o al menos, la más obvia, es por color.
Por un lado tenemos el vino blanco, que se hace con la pulpa de la uva, sin semillas ni piel.
Por otro tenemos el tinto, que se hace con la pulpa y la piel, y algunos casos las semillas.
El rosado es una categoria intermedia donde se puede emplear la piel durante un breve periodo, para darle fuerza y color a un vino blanco, con el resultado de un tinto muy claro.

Los taninos son una sustancia que se encuentra en el vino, el café y el chocolate negro y que es responsable del sabor amargo en esos productos. Se encuentran en la piel de la uva, las semillas y los tallos, con lo que la mayoria de los tintos tendran taninos y la mayoría de los blancos no.
Dado que la concentración de taninos en la uva depende de la variedad, el clima y el procedimiento de fermentación, tenemos, por ejemplo, que el Pinot noir tiende a tener muy pocos taninos y el Syrah tiene bastantes.
Algunos vinos blancos, principalmente el Chardonnay, se envejecen en barriles de roble, que tienen taninos, por lo que se filtran al vino durante la fermentación, por lo que el Chardonnay tiende a ser mas "seco", es decir, con mas taninos. Sin embargo, los vinos como el Sauvignon Blanc se fermentan en barriles de metal, sin taninos por ningun lado, resultando en mas dulces, ligeros y afrutados.
Dicho esto, es importante saber que la capacidad de saborear taninos es genetica.
Hay un marcador genetico que determina si tus papilas pueden o no detectar los taninos.
Basicamente dos personas pueden tomar el mismo vino y tener impresiones completamente diferentes.
La persona A, que no es sensible a los taninos, saboreará el sabor real del vino, mientras que la persona B, que si los detecta, saboreará principalmente los taninos, que enmascararan el sabor.
Por ejemplo si la persona B bebe un Cabernet Sauvignon (pesado en taninos, "muy seco") le sabra casi como alcohol puro, muy amargo. Mientras que la persona A podrá apreciar el sabor real de la uva. Al contrario, para la persona A el Sauvignon Blanc sabra como agua muy azucarada mientras que para la B estará aceptable.
Asi que alguien que "odie el vino", a no ser que sea el sabor de cualquier alcohol lo que odie, lo más probable es que sea muy sensible a los taninos y al beber vino tinto, los taninos enmascaren todo lo demas, dejando solo el regusto amargo.

Por otro lado, los taninos se pegan a la grasa, por eso los vinos con alto contenido en taninos se maridan con comidas grasas (Syrah y entrecott, por ejemplo). Cuando comes comida pesada, la grasa se queda en la boca, por lo que un trago de vino tinto la atrapara y se la llevará, como si fuera jabon. Es por eso por lo que tomar pequeños tragos de vino entre bocados se considera limpiador de paladar.

Siguiendo esa logica, se recomienda el vino blanco como acompañamiento de comidas poco grasas, como el pescado. El salmon es una excepcion, al ser más graso que la mayoría de pescados, se marida con Chardonnay (blanco con muchos taninos) o Pinot Noir (tinto con pocos taninos, pero aun asi mas que la mayoría de blancos).

La gente sensible a los taninos puede beber vinos "secos" con comidas pesadas sin que el vino les sepa fuerte porque la grasa neutraliza el sabor de los taninos y por eso se pensaba que la carne modificaba el sabor de algunos vinos.

Como dato, la practica de echar leche al café viene de lo mismo. La grasa de la leche se une a los taninos del cafe, dejando un sabor mas suave y es el motivo por el que las personas que no detectan los taninos suelen tomar el café solo. Y tambien es la explicación de por qué echar leche de almendras al café es la peor idea. La leche de almendras ya sabe amarga y no tiene ni pizca de grasa.
Y eso sin entrar en detalles como la oxigenación que pueden modificar el olor y sabor del vino.

  • La Frase de Hoy: El vino siembra poesía en los corazones. Dante Alighieri
  • Para el que no lo Sepa: En realidad, la catagorización de vinos y espumosos en Brut, Seco, Semiseco y Dulce depende del contenido de azucar y no de la sensación en boca, siendo este de 12, 17-32, 33-50 y más de 50 g/l respectivamente. Existen tambien las categorias Brut Nature y Extra Brut, en las que no se añade azucar y cuyos valores son 3 y 6 g/l.

Lo Que No Les Dije

Y dale perico al torno... Es el tercer inquisidor que viene a interrogarme

- Cuéntamelo todo, hijo mío, y podré sacarte de esta.- había dicho el primero, Fray Antonio, prior del Sagrado Corazón de Nuestra Señora.

- No se de que me habla, padre.- disimule yo. La atmósfera opresiva se cernió sobre mí. Sentí los ojos del cura evaluándome con rostro severo. En aquella asquerosa celda carente incluso de ratas, con tan solo un montón de paja húmeda a modo de catre, un único rallo de luz languidecía con el ocaso

-Vamos... Cuéntamelo.

Y le conté como acabe en aquel claro. Iba en dirección a Ruán por el camino Real y la noche amenazaba con echárseme encima, de modo que ataje por uno de los senderos menos transitados del bosque, ya que no tenía dinero para pagar una de las costosas posadas del camino principal. Debí calcular mal la ruta, pues al anochecer me encontraba perdido, sin rastro alguno de la calzada. Entonces escuché el cántico ronco de una docena de voces. Me acerqué y mis ojos contemplaron los cuerpos desnudos de varias mujeres contorsionándose al compás de tambores y palmas. Entre ellas, en el centro del claro, iluminado por antorchas rudimentarias, yacía una figura atada cuyo sexo no distinguía desde donde estaba. El círculo se abrió y me atrajo hacia sí con el ritmo hipnótico. Olvidando mi viaje y propósito, me uní a la danza.

Dándome cuenta de que mis palabras me harían parecer culpable, callé inmediatamente aduciendo que no recordaba nada más. Pero el sacerdote ya me había calado. Era consciente de mi mácula y acudió a la siguiente sesión con un acolito solícito y un barreño de agua helada.

Al quinto día me hicieron gritar por primera vez, pero gracias a Dios no fue la última. Muchos habían caído con la primera muestra de fuerza. Entre sesión y sesión me dejaban allí, postrado en el duro suelo de piedra a merced del frío y con la única compañía de las cucarachas, ciegos testigos de mi sufrimiento y herederas de cuanto de mi salpicara la celda. Tras una semana de trabajoso interrogatorio y de testarudo silencio por mi parte, Fray Antonio, hombre afable y pío, incapaz de encontrar la fuerza para hacer lo que debía hacerse, rezó por mi alma y se retiró. Un gesto que sin duda algún día le agradeceré, pues si de algo me precio es de llevar mis compromisos hasta sus últimas consecuencias.

Lo que no le conté es que yo mismo había estado buscando a aquellas mujeres.

-Cuéntamelo todo, hijo mío, y podré sacarte de esta.- dijo el segundo cura, Jerónimo el Agustino.

Y dale perico al torno.

Jerónimo no era pío ni afable, era más de mi tipo, por lo que trajo las tenazas al rojo desde el primer momento. Precisaba de mí una confesión y no pararía hasta obtenerla, aunque para ello tuviera que llevarse mi piel por entregas. Cada vez que las fauces ardientes hacían presa en mi carne un dolor punzante se extendía por mi alma. Un dolor voraz, familiar, como una memoria persistente que, por la costumbre, se ha vuelto placentera. Podría haber confesado, pero el dolor se habría acabado y no debía acabarse. Luego, tras demostrarme que no era como su predecesor, Jerónimo se marchaba dejándome anclado a aquella pared mohosa con una argolla al cuello. La cadena era recia, mas no trate de zafarme.

Como de costumbre, cogí a una de mis compañeras artrópodas y le pregunte por la situación fuera de los muros. De las diez brujas capturadas conmigo solo tres restaban con vida, pues el cuerpo femenino no esta diseñado para soportar las atenciones de quien no se detiene hasta conseguir respuestas, empleando para ello todas las herramientas a mano, en el sentido más literal de martillos, escoplos, serruchos y berbiquíes. Las tres mujeres restantes no estaban en muy buen estado, basándose en sus estertores al respirar y los sollozos que emitían cada poco, mi interlocutora les dio pocos días. Confié en su palabra ya que su estancia allí era, de largo, más amplia que la mía. Nuestra conversación se vio abruptamente interrumpida con una nueva visita de Jerónimo, acompañado esta vez de un flagelo de diversas puntas además del ya conocido cubo de brasas.

-Vamos... Cuéntamelo.

Le conté como bailé sensualmente con las mujeres. Describí con todo el detalle de que era capaz las formas voluptuosas que se restregaban contra mí. Docenas de manos hurgaban bajo mi ropa y numerosas lenguas probaban la mía en una espiral degradante y primordial. Mi relato cumplió su cometido y me sonreí cuando un bulto delator sobresalió bajo el hábito. El cuerpo de Jerónimo estaba en la celda, pero su mente bailaba conmigo en aquel claro, rodeado de lujuriosas jóvenes exhibiendo sin recatos sus cuerpos sudorosos. Entonces le conté como me llevaron al centro del claro, donde se postraba de hinojos lo que resulto ser un hombre, privado de vestiduras y embadurnado de un ungüento que daba a su piel un lustre febril. Mi rostro se iluminó cuando vi el asombro en los ojos del Agustino al contarle con todo lujo de detalles cómo me acerqué al desconocido y, despojándome de mis pieles, le poseí. No fue una posesión romántica, sino una blasfema comunión con aquella figura jadeante. En su azoramiento Jerónimo escapó de la celda lo mas deprisa que pudo y se cuidó muy bien de no volver a aparecer ante mí. Por más que se flagelara por las noches no conseguía que aquella imagen se le fuera de la cabeza y los mas impúdicos instintos le produjeran sensaciones encontradas.

Lo que no le dije es que la posesión no solo fue sexual, sino más bien literal y que es la piel del pobre desgraciado la que luzco ahora.

- Cuéntamelo todo, hijo mío, y podré sacarte de esta.- es, como dije, la sempiterna presentación de Giacomo de Guy, sustituto de Jerónimo ante su repentina indisposición. Y dale perico al torno…

Dada la insistencia de su predecesor, trajo la artillería pesada desde el buen principio. Fui lavado con agua bien caliente, desprovisto de la costra de porquería acumulada en mis semanas de encierro y anclado posteriormente a una plancha de madera robusta con sendas poleas a los lados. El potro se había puesto de moda en aquella época como aparato de tortura, ya que se podía mantener al reo bajo una tensión constante sin gran esfuerzo por parte del inquisidor. El operario de dicho ingenio, de nombre Pedro, era un joven ciertamente limitado, pero a quien una vida en el campo había dotado de una habilidad sorprendente para girar el torno hasta el punto óptimo para tensar el cuerpo de la víctima como una cuerda de violín.

Paulatinamente, mientras mis respuestas no satisfacían a mi entrevistador, las sogas que me retenían se tensaban cada vez más. Mas cuando Giacomo consideraba útiles mis balbuceos éstas se aflojaban perceptiblemente. De modo que disfrutaba de un literal tira y afloja llevando a mi captor de la curiosidad al desinterés.

-Vamos... Cuéntamelo.

Mis pequeñas amiguitas habían estado haciendo las veces de espías y así es como supe de la desgraciada muerte de Jerónimo, ahorcado unas noches atrás en su celda, a causa de los turbadores pensamientos que no le dejaban dormir.

También me informaron de que la ira era el mayor punto débil del nuevo inquisidor. Un caramelito que me gustaría paladear.

Le conté cómo después de retozar, bailar y gritar, las danzantes se colocaron en dos filas ante mí pasándose un largo palo embadurnado en aquel ungüento grumoso. Cada una de ellas, por turnos, lo cabalgaba con frenesí, haciéndolo rozar con sus partes mas intimas, antes de entregarlo a la siguiente entre grandes alaridos de placer. Me entretuve en los detalles y Perico le dio al torno... algo crujió y continué mi historia.

Le conté cómo una vez completada la ronda trajeron varios crucifijos que arrojaron al suelo y pisotearon con sus pies descalzos, ora blasfemando, ora escupiendo. De nuevo me deleité con su expresión mientras repetía los improperios de que hacían gala las floridas lenguas de las ritualistas. Su rabia se hacia más y más grande y supe que cuando mencionara a su madre perdería el control… y así ocurrió.

Ahora mis restos alfombran la celda, una cuantiosa recompensa a las hábiles blattodeas por los servicios prestados.

No le dije quien era, aunque lo hubiera hecho no me hubiera creído. No le dije que era el Diablo. No le dije que de haberme tenido encerrado todo el tiempo allí habría librado a la humanidad de mí durante una buena temporada. No le dije que la única razón para haberme dejado atrapar era el placer que me proporciona desenmascarar a esos mal llamados siervos de Dios y hacerles matar en su nombre. Imagino Su cara al ver todo el sufrimiento, toda la muerte que han sembrado en Su nombre.

Así como el Hijo murió para perdonar, yo muero para condenar.
Iré al infierno, por supuesto, pero con el tiempo volveré a salir, a engañar, a manipular...

Y dale perico al torno…

  • La Frase de Hoy: Bendita la mente demasiado pequeña como para albergar dudas, Comisario Inquisidor Beije de la Guardia Imperial.
  • Para el que no lo Sepa: El potro de tortura consiste en una superficie sobre la que se coloca al reo, a quien se le atan las extremidades a sendos tornos que se giran para tirar de ellas. Sin embargo, la inquisición española empleaba una variante en que las vueltas al torno tensaban las cuerdas que rodeaban las extremidades del condenado, penetrando en la carne en lugar de desmembrandolo.

Termidor


Nací en la punta de una cerilla y, con un chasquido, di luz.
Los inicios fueron difíciles. Como todos. Pero gracias a una mano amiga que me colocó cerca de un depósito de gas natural, pronto no tuve problemas de sustento.

Mi vida transcurrió en calma. Pendiente siempre de las fluctuaciones en las reservas, me henchía cuando estaban a rebosar y me acurrucaba cuando apenas había.
Era una vida acomodada, rutinaria, bajo el control de un gran hermano que estaba constantemente pendiente de mí.
 Entonces Ella llegó a mi vida. Se instalo en el piso de arriba y todas las mañanas la observaba mientras se preparaba para trabajar. La conocí una semana santa, durante la guerra.
Debíamos estar en guerra pues los ejércitos aguardaban en filas infinitas, perfectamente ordenadas. Duros soldados del más duro pan que ahogaban sus penas en vino dulce, antes de entrar en batalla. Ella era rubia, dorada. Con unos cristalinos ojos verdes. Se llamaba Oliva.
Ayudaba a los soldados a prepararse, a vestirse su uniforme de huevo antes de salir. Al principio no le di importancia. Pero cada día al oír el burbujeo de su risa, el chisporroteo que venia de arriba, surgían en mi mente imágenes que no soportaba. Ella rodeando a aquellos soldados, acariciándoles, recorriendo cada recoveco de su piel.
Eran imágenes que poco a poco acabaron volviéndome loco. Por supuesto el gobierno ocultaba muy bien lo que ocurría.
Espolvoreaba generosamente azúcar sobre los soldados para que la opinión pública los tragara mejor. E incluso a los oficiales les dotaba con un suave toque de canela, ese toque de tipo duro que tanto vende en el cine. Se rodeaban de una campaña de relaciones públicas a cargo del pueblo e internacionalmente se daban a conocer como French Toast, aunque entre ellos se decían “Pan Perdiu” muy al estilo de la legión extranjera.
Total, al final, si bien más de uno sufrió golpes por ello, el populacho les llamaba Torrijas a sus espaldas, sin importar lo que dijera el Estado. Cada día que pasaba era una tortura para mi.

Finalmente cedí a la locura. Golpee la pared metálica sobre mí. Quería llegar a ella, hacerla mía. Mordí la barrera sin éxito durante no se cuanto tiempo hasta que se puso al rojo.
Gaste todos mis recursos para llegar hasta ella, pero no obtuve respuesta. Lo único que conseguí fue que ella se afanara más en su tarea.
Se volvió más escandalosa y casi se podía ver el humo que salía de su piso. Un día, mientras me esforzaba en llegar a ella, me tiro un beso.
Renovando mis esfuerzos trepé hasta su balcón, donde unas manos amorosas me esperaban. Me habló de lo cansada que estaba, de que quería un cambio. Me habló de la libertad y del poder de la gente. Me habló de cuánto odiaba a los soldados. Me uní a ella, la devore y nuestras formas se fundieron en una sola.
La pasión nos desbordó y nuestros hijos saltaron hambrientos, rebeldes y salvajes a comerse el mundo. Nada se resistía a esa sangre joven heredera de mis frustraciones.
Los soldados fueron los primeros en caer. Mis retoños, valiéndose del vino, redujeron a carbones humeantes a divisiones enteras.
Arrasaron barrios y ni los azulejos más fuertes sobrevivieron. Los nuevos ideales calaron rápidamente entre la gente a medida que el viejo orden se venia abajo. El gobierno reaccionó, mal, como siempre.
Llovieron suministros tratando de enfriar las cosas, pero solo avivaron la rebelión. Salpicaron a las zonas adyacentes, añadiendo adeptos a nuestra causa. Devorábamos todo a nuestro paso.
Entonces supongo que debieron de cambiar al responsable. Una respuesta rápida y contundente empezó a barrernos, a diezmarnos.
Las nubes toxicas de Co2 ahogaban a los insurrectos y los hacían retroceder. Ya no disparaban por encima, apuntaban a las bases, a donde más daño podían hacer. No querían prisioneros. Mientras tanto, se nos cortó el acceso al combustible, castigando duramente nuestra capacidad de expansión.

Luego, por otro frente llego la espuma, ahogando a amigos y enemigos por igual. Estaban dispuestos a destruirlo todo antes de dejarlo en nuestras manos. Todo se había perdido. Durante el breve tiempo que duro la revuelta, habíamos sido felices. Habíamos vivido sueños compartidos que ahora se estaban perdiendo. El golpe a nuestros planes había dejado a Oliva consumida y me quede solo en los momentos finales.

Siento frío, se que mi hora se acerca. Espero que éste escrito deje constancia de por qué hice lo que hice y sirva de inspiración a otros. Antes de que mi existencia se acabe con un soplido.
Pero ten por seguro que cada vez que enciendas una cerilla, una vela o una chimenea, allí estaré. Cuando sientas el calor tras una noche de helada, allí estaré. Porque pueden segar una vida, pero no un propósito.

  • La Frase de Hoy: No preguntéis su nombre a quien os pide asilo. Precisamente quien más necesidad tiene de asilo es el que tiene más dificultad en decir su nombre. Los Miserables, Victor Hugo.
  • Para el que no lo Sepa: Termidor era el undécimo mes del calendario republicano francés, que abarcaba desde mediados de julio a mediados de agosto. La Termidor es tambien una salsa con base de bechamel a la que se añade mostaza y otras especias y que se emplea principalmente para saborizar platos de pescado o marisco.

Mrs. Perkins

No pueden culparme por lo que le hice a la Señora Perkins.
Lo pensaba mientras trastabillaba por el descampado tratando de mantenerme oculto. Entonces me di cuenta de que aun agarraba fuertemente la llave inglesa ensangrentada. Un escalofrío me hizo estremecer y con repulsión la lancé todo lo lejos que pude. Me detuve y mire mis manos manchadas con aquel líquido rojo que lo había salpicado todo. No podía vagar por la ciudad así. Tratando de mantener la calma me dirigí a uno de los desagües del alcantarillado donde podría encontrar agua y disimular las manchas.

Y pensar que iba a ayudar. La señora Perkins siempre fue un personaje peculiar. Ya era vieja cuando mis padres se mudaron aquí antes de que yo naciera y en el barrio seguían pensando que era una bruja aún después de que mi padre se fuera. La gente cuchicheaba sobre ella cada vez que se cruzaban y los niños del barrio contaban historias de gente que había ido a su casa y no había vuelto a salir. Supongo que cada pueblo tiene que tener a alguien así, basta con no ser todo lo social que los demás desean que seas. Toda mi vida crecí a la sombra de la enorme casa de la señora Perkins, sin embargo mi madre, a diferencia de las demás madres, no me prohibía ir a jugar cerca de la casa bajo amenazas de ser convertido en sapo, ser cebado y cocinado o acabar siendo el sacrificio de algún oscuro ritual de magia negra que según mis amigos se celebraba en los sótanos de la vieja mansión. Sencillamente, como mis amigos no querían pasar por allí, no nos acercábamos.

Durante años oí las historias y durante años la vieja señora Perkins siguió siendo vieja.

Recientemente, debido a su avanzada edad, la señora Perkins contrató los servicios de una enfermera que venía cada tarde a su casa. Una mujer de mediana edad conocida de mi madre durante sus largas horas de trabajo en la cafetería del hospital. Realmente fue ella la que me metió en esto.

- Daniel, querido. Creo que Mrs. Perkins tiene un problema con el fregadero ¿Te importaría ayudarnos?- La melosa voz de aquella mujer hacia juego con todo su ser y unas rollizas formas de afable cuarentona.

Y allá fui yo, con mi caja de herramientas. Ser el fontanero extraoficial de mi barrio proporcionaba un servicio asequible a los vecinos y unos buenos recursos para mí por hacer chapuzas.

Estaba yo agachado bajo el fregadero cuando un imperioso grito de la enfermera me sobresaltó. Casi me dejo la cabeza al salir de bajo el mueble, pero los gritos de auxilio de Rachel eran cada vez más apremiantes. De pronto, en los escasos metros que separaban la cocina del dormitorio, los gritos habían cesado y al entrar en la estancia averigüe por qué.

-Uno, dos, tres, cuatro.... Uno, dos, tres, cuatro.... Vamos, vamos.- Rachel se afanaba en reanimar a la anciana señora Perkins dándole tremendos empujones en el pecho que le hacían saltar laxa de un lado a otro.

- Daniel – gritó al verme sin dejar de hacer la reanimación.- coge mi móvil y llama a una ambulancia. ¡Rápido!

Torpemente corrí a por el bolso de Rachel, saqué el teléfono y marque el número de emergencias. Cuando terminé la llamada noté que había dejado de oír el golpeteo rítmico y al girarme vi confirmados mis peores temores. O lo que yo creía que iban a ser los peores. Rachel lloraba en silencio junto a la cama desde donde los ojos vidriosos de la vieja me recriminaban no haber hecho suficiente.

- Daniel, querido, yo...- balbuceó Rachel entre sollozos acercándose a mí. Sentí la obligación de consolar a aquella robusta mujer que ahora parecía tan frágil como el saco de huesos que yacía desvencijado sobre el colchón. La abracé.

El primer golpe le dio en la nuca. Debido al impulso salí despedido a través de la puerta abierta y caí sobre la alfombra del pasillo. Rachel no tuvo tanta suerte y se golpeo contra el marco, quedando dentro de la habitación. Sobre ella se encontraba la difunta señora Perkins, manteniéndola contra el suelo gracias a una fuerza sobrenatural. Haciendo caso omiso de mí se inclino sobre el cuerpo y comenzó a devorarlo. Despertando por pura fuerza de voluntad, al ver el color de la sangre indicándome el peligro, use lo que más a mano tenia para apartar a aquella cosa de la pobre Rachel. No pude hacer más por ella. No pueden culparme por lo que le hice. Aquello ya no era la señora Perkins.

Las sirenas me trajeron a la realidad. No sabía durante cuánto tiempo estuve absorto recordando lo ocurrido pero en el mejor de los casos se trataría de la ambulancia, en el peor, de la policía. Definitivamente volver a mi casa no era una opción. ¿Quién iba a creer que la anciana señora Perkins (ahora difunta señora-monstruo devoradora-de-enfermeras Perkins) había vuelto de entre los muertos? Necesitaba huir. Necesitaba una coartada hasta que las cosas se calmaran. Bien mirado, no había testigos que pudieran ubicarme en la casa.

Atosigado por el sonido de la sirena me fui dirigiendo a zonas donde ni la policía se atrevía a entrar. Me acerque allí donde los desheredados se refugiaban, sobreviviendo en la cara que la ciudad no muestra al día. Gente sin hogar, delincuentes, traficantes. Almas desdichadas apartadas del mundo por decisión propia o por circunstancias de la vida. Almas como la mía.

Los callejones de la ciudad son el mejor sitio para esconderse. Si quieres hacer algo que no se vea, hazlo en un callejón. Pero ten cuidado de elegir uno libre o puedes verte envuelto en problemas. Lo aprendí de la manera dura cuando fui a dar a una callejuela donde un grupo de matones discutían con el tipo más grande que había visto en mi vida. Mientras los macarras que le rodeaban levantaban la voz y le increpaban en rumano (o húngaro, no entiendo mucho de idiomas pero sonaba de por ahí) el gigantón guardó la calma, esperando a que se desahogaran. Levantando las manos y con un tono apaciguador, se dirigió a sus interlocutores, pero estos no reaccionaron bien y enseguida aparecieron las armas. Uno de los atacantes trato de alcanzarle con una navaja, lanzando un tajo a la altura del estomago. Una gigantesca manaza agarró al agresor por la muñeca y los cuerpos forcejeando me impidieron ver lo que pasó, pero el crujido de hueso partiéndose y el alarido del navajero me dieron algunas pistas del resultado. Al ver que el combate cuerpo a cuerpo no era viable, los otros dos miembros de la banda rodearon el coche para usarlo de parapeto mientras desenfundaban las armas, lo que obligó al hombretón a buscar refugio haciendo lo propio.

Sonaron dos, tres, seis disparos en rápida sucesión e instintivamente agache la cabeza. Desde mi nueva posición vi cómo alguien se acercaba furtivamente al gigantón y asumí que sus intenciones no eran nada buenas, a juzgar por la barra de metal que llevaba en la mano. No tenia forma de advertirle sin atraer el fuego sobre mí, de modo que cogí lo primero que tenía a mano y lo lancé tratando de alcanzarle en los pies. El tapacubos le dio bajo la rodilla, parece que, después de todo, tantas tardes jugando al frisbee no fueron una total pérdida de tiempo. El atacante dio un respingo de dolor y soltó un leve grito, lo que junto al ruido del tapacubos al aterrizar en el asfalto llamó la atención del desprevenido objetivo. Con una velocidad pasmosa se puso de pie y agarrando el brazo de su enemigo lo uso de escudo mientras corría hacia los demás. Las detonaciones dieron paso al sonido de recamaras vacías, golpes sordos y rotura de cristales. Pensé que sería suficientemente ágil como para huir sin que me vieran, pero en el momento en que puse un pie en la calle, la voz de aquel hombre me paralizó por completo.

-Alto ahí, ¿erres tú quien me ha aiudado antes?- El tono casi gutural de la voz provocaba un marcado acento de Europa del este, ciertamente el salvajismo que había exhibido momentos antes casaba mas con aquella voz ruda que con la aparente fluidez con la que dominaba el rumano.

-S-sí.- Balbucee confiando en que me dejara ir.

-Grracias. Te devo una. Mă numesc...- titubeó buscando las palabras.-Mi nomvrre es Lazslo.

-Daniel -contesté yo un poco más relajado ¿por qué iba a decirme su nombre si pretendía convertirme en una pulpa sanguinolenta como a los demás?

Lazslo salió de detrás del coche sacudiéndose las manos y dio un par de pasos hacia mi antes de detenerse en seco. Flexionó levemente las rodillas repartiendo su peso entra ambos pies y se puso en guardia moviendo la cabeza como un perro que afina el oído.

- Algo no esta vien.- sentenció. Entonces, yo también lo oí. Un suave gorgoteo comenzaba a elevarse, al principio parecía el viento, pero poco a poco aumentaba de intensidad hasta convertirse en un gemido monocorde perfectamente audible. Procedía de detrás del coche. Lazslo se dio la vuelta al oír moverse los fragmentos de cristal y ambos vinos como una mano se asía a la ventanilla rota para ayudar a incorporarse a uno de los cadáveres.

-Retrrocede. Lentamente. Pueden moverrse muy rrapido si te detectan, perro por lo generral son lentos.

-Pero ¿qué son?¿zombies?- pregunté, demasiado asustado como para obedecer.

-Ghouls, cadaverres que no se supone que devan moverrse. Perro que se mueven.- Parsimoniosamente avanzó hacia el coche y agarrándolo desde abajo comenzó a levantarlo al tiempo que los demás cadáveres se erguían y el gemido reverberaba multiplicado por 4. Lazslo volcó el coche sobre las criaturas, atrapándolas bajo el peso de un par de toneladas de metal. Con los ghouls neutralizados procedió a pisar las bocas ululantes que asomaban tratando de morderle.

-A la caveza. Es su punto devil.- Me indicó mientras sus botas se teñían de sangre. Pateé, golpee las cabezas muertas hasta que dejaron de moverse y el gemido cesó de taladrar mi cabeza. Aún temblando, en parte por el miedo y en parte por la descarga de adrenalina, interrogué a Lazslo acerca de su conocimiento sobre aquellas criaturas.

-Digamos que soy un connoseiur del mundo oculto.- Contestó enigmáticamente.

-¿Te has encontrado otras veces con esas criaturas?

-En cierrto modo. Perro no hay mucho tiempo. Porr si no te has dado cuenta, los otros muerrtos se están levantando.- Como si estas palabras hubieran sido una señal el eco de más gemidos llegó traído por el viento. Entonces el mundo se me cayó encima. Si hay un lugar dónde los cadáveres se amontonaban esperando su cremación o su entierro era el hospital. Obviamente era el lugar que más peligro suponía. La imagen de mi madre cayendo bajo las dentelladas asaltó mi mente.

Corrí. A mi espalda Lazslo gritaba algo que no pude comprender. Tampoco es que me preocupara demasiado. Debía llegar lo antes posible al hospital, pero cada vez parecía más lejano. A mi alrededor oía gritos, disparos, golpes y carreras y, por encima de todo, el sonido repetitivo del gemido que acompañaba a los muertos en busca de alimento. La ciudad se había vuelto loca y quien tenía un arma la usaba contra quien se le acercara, fuera hombre o ghoul, solo para comprobar que los caídos volvían a levantarse. Debí haberles advertido, debí haber gritado "a la cabeza, disparad a la cabeza" pero cada segundo que me entretuviera era un segundo menos que tenía mi madre. Finalmente llegue al hospital. Cientos de personas se arremolinaban alrededor huyendo del pánico exterior sin advertir que la morgue era la mayor fuente de esas cosas que había en los alrededores. Como suele pasar con las aglomeraciones, quien intenta entrar no solo se lo impide al de atrás, sino que a su vez impide salir a quien puede permitirles la entrada a ambos. Entre el tumulto traté de localizar a mi madre, pero no la vi, de modo que decidí jugármelo todo a una carta y trepé por una de las farolas. El ascenso fue relativamente fácil, aunque las envestidas del tumulto balanceaban la farola de un lado a otro. Me agarre como pude y aprovechando uno de los envites salté al tejadillo sobre la entrada de urgencias. De allí a las ventanas del primer piso solo mediaban unos pasos. Necesite un par de intentos hasta encontrar una de ellas abierta y colarme en una habitación.

En la oscuridad, lo olí. Lo primero fue el olor metálico, como oxido, de la sangre, después el hedor de la carne putrefacta. Di un paso y pude oír los chasquidos de dientes raspando contra hueso. Parecían ratas royendo los últimos despojos. Poco a poco, tratando de mantenerme oculto esquive al ghoul que ni siquiera parecía percatarse de mi presencia, deleitándose como estaba con su Chateubriand aux vert robe particular. Una vez fuera de la habitación cometí el error de dejarme llevar por la urgencia y aceleré el paso hacia la cafetería. Por eso no vi ni oí al ghoul que se abalanzó sobre mí desde otra habitación. Con la fuerza del impulso rodamos por el suelo y atravesamos la barandilla. Sentí los cristales clavándose profundamente y el azar quiso que fuera el zombi quien cayera debajo, dándome los segundos precisos para tomar la iniciativa. La bestia se movía espasmódicamente tratando de agarrarme y lanzaba dentelladas al aire mientras gemía, como pidiendo auxilio de los de su especie. Por el rabillo del ojo vi a la gente en las puertas alejándose con más ahínco a través de la marea humana que quería entrar. Aunque hubiera querido pedir ayuda comprendí de un vistazo que estaba solo. Mientras tanto, unas puertas dobles burdamente barricadas con sillas y alguna mesa, temblaban bajo el empuje de cientos de manos. El resucitado era un chaval de unos 13 años, llevaba una bata blanca de paciente y tenía la cabeza totalmente rapada. En cualquier otra situación habría sentido lastima, pero dadas las circunstancias agradecí no haber topado son un tipo más grande. Agarre su cuello y golpee su cabeza contra las baldosas una y otra y otra vez hasta que trazó un ángulo imposible sobre sus hombros y el cuerpo quedó fláccido y silencioso.

El costado me dolía horrores y sentía cómo algo rascaba dentro de mí. No me gire a mirar el reguero de sangre que dejaba a mi paso, ni fui consciente del momento en que el vestíbulo del hospital dio paso a un túnel rojizo. Tal vez el agotamiento, la falta de sangre o el estrés me hacían tener alucinaciones, pero daba la sensación de que mis movimientos se hacían más lentos y mis pies se hundían a cada paso en un suelo de arena roja. No sé durante cuánto tiempo anduve, pero sé que note hambre y luego sed. Una sed imposible que me quemaba por dentro. Caminé y caminé tratando de salir de aquel túnel para poder encontrar a mi madre y sacarla de allí. Vagamente recordaba el motivo, mi conciencia se diluía a cada paso que daba dejando solo la sed, una sed que no tenía forma de calmar.

Para cuando salí del túnel ya no me importaban los muertos, el cuerpo no me dolía, o si lo hacia había cedido ante el dolor de la sed que me agrietaba la garganta. El exterior estaba gélido y un escalofrío me sacó de mis pensamientos. Frente a mi veía una laguna. Un agua negra como el alquitrán vibraba suavemente al compas de una brisa que no existía. Metí la cabeza y empecé a beber. Bebí más de lo que nunca hubiera podido hacerlo, pero aquel agua extraña no calmaba mi sed, sino que más bien la avivaba. La cabeza me daba vueltas, algo en mi mente martilleaba que no era posible pasar horas bebiendo sin sacar la cabeza del agua, pero seguí bebiendo. Entonces una palabra trajo luz a mi embotado cerebro. Mama. Saqué la cabeza y mire al frente. Mama. Haciendo a un lado la sed trate de avanzar para llegar a mi madre, veía su rostro en una neblina. Se acercaba a mí y quise llamarla.

De mi garganta agrietada solo salió un grave y cacofónico gemido... y me entregué a la sed.
FIN



Corrí. A mi espalda Lazslo gritaba.

-Insensato, no entiendes a que te enfrrentas. Tu madrre ia está muerrta, y si no lo está, no tarrdarra mucho en estarrlo.

Ignore sus palabras y apreté el paso, pero de una manera que no alcanzo a comprender encontré la mano de Lazslo oprimiéndome el pecho. De pie frente a mí se encontraba el gigante con jersey de lana y gorro marinero. Algo no cuadraba en todo aquello, asi que traté de zafarme y continuar mi camino, pero él me agarró y con una mirada penetrante de sus ojos rojizos me abandonaron las fuerzas.

-Io conozco la manerra. Io se qué son estas crriaturras. Y solo conmigo puedes tenerr una esperranza de sovrevivirr.- Movía la boca y sus colmillos brillaban cada vez que los descubría, pero sentía su voz en mi cabeza, como si fueran mis propios pensamientos.

-Ahorra no perrdamos más tiempo. Huelo la muerrte en tí, cuéntame qué ha pasado.

Rápidamente le puse al corriente de mi reciente encuentro con la Sra. Perkins y una sonrisa cruzó fugazmente por su cara.

-Así que está aquí. Mucho me temo, muchachito, que hace falta más que eso parra acavar con ella.

-¿Cómo sabes tanto sobre ella?¿La conoces?- Aún no había asimilado que estaba muerta.

-Hace cuatrrocientos anyos acudió a mi en busca de la inmortalidad. Perro no fue capaz de pagarr el prrecio de lo que pedia y trras una corrta estancia se marrcho. Seguí su carrerra durrante un tiempo y al parrecerr encontrro a alguien que le ensenyo a alarrgar su vida mediante las arrtes de la nigrromancia. Supongo que es lo que havrra hecho durante todos estos anyos.

-¿Cuatrocientos años? ¿Y cómo se supone que has sobrevivido tú durante cuatrocientos años?

Sonrió y mis ojos se dirigieron automáticamente a los afilados caninos que exhibía. Por fin junté las piezas y una parte de mi cerebro decidió que en un mundo en el que la gente resucita como ghoul, no debe ser extraño encontrar vampiros. Aún así instintivamente deje de sentirme seguro al lado de aquel ser de fantasía, peligrosamente real, plantado junto a mí.

-No temas.-dijo él.- Ia me he alimentado esta noche, no tienes nada que temerr de mí. Además, deves detenerr a Suzane.

-¿Por qué yo?- repliqué extrañado y la contundente respuesta no se hizo esperar.

-Porrque no hay tiempo parra ponerr al dia a nadie más. Porrque erres el único que puedes hacerrlo y porrque tienes un vuen motivo parra ayudarrme. Aunque el cuerrpo de tu madrre haia muerrto, su espirritú está esclavizado. Nunca conseguirra tenerr la paz hasta que la vieja vruja haia crruzado.

-¿Por qué no lo haces tú? ¿Cómo sabré que hacer? ¿y cómo te ayudo en esto si después de todo, ya sabes, tú ya estas muerto?- Sentía que mis preguntas empezaban a incordiarle, pero necesitaba saber, ya que cada segundo que pasaba todo era más demencial.

-Parra tu inforrmación, no puedo alimentarrme de ellos. No están vivos de verrdad. Sencillamente, al morrirr, su espirritu ha quedado atrrapado en una especie de limbo ligado al espirritu de esa vruja y toda la esencia vital que ellos consuman aumentarra su poderr. En segundo lugarr, no lo hago io mismo porrque quien vaia alli no podrra salirr sin aiuda del exterriorr. Y ahí entrro yo. Tengo una limitada capacidad parra cruzarr al otro lado y una vez allí, podrre trraerrte.

-De acuerdo, lo hare.-Accedí una vez que sopesé las posibilidades.

-Deves recorrdarr que pase lo que pase no deves comerr ni veverr nada o no podrras volverr. El otro lado se prresenta de distinta forrma a cada uno, asi que no puedo decirr lo que te vas a encontrrarr.

-¿Y cómo lo hacemos?¿Dibujamos un pentáculo?¿Sacrificamos una ...- Ni siquiera me dejó terminar. Con un movimiento violento enterró sus dientes en mi cuello. Luche y forcejeé presa del pánico. Ya no me parecía tan buena idea ir al mundo de los muertos. Sentí como la vida se me escapaba y las fuerzas me abandonaban. Un velo rojizo cubrió mi vista y empecé una caída a la oscuridad.

Recuperé la conciencia en un desierto rojo. La arena se extendía a mi alrededor. Un cielo rojo completaba la visión y no tenía muy claro si la arena reflejaba el cielo o viceversa. Me levanté sin saber muy bien a dónde ir, no había túnel de luz, ni puertas doradas. Tampoco olía a quemado, así que no creo que hubiera bajado. Toqué mi cuello y no encontré ninguna herida. Comencé a caminar. Camine por las dunas sin rumbo fijo. Aquella iluminación indeterminada me hacía imposible saber cuánto tiempo había pasado. Tenía la sensación de que el tiempo pasaba pero, en el fondo, sabía que no era así. El tiempo no pasa para los muertos.

Finalmente vi algo más que arena. Una plancha de azabache se extendía a ras de suelo y una multitud se arrodillaba para beber de ella. Hombres mujeres y ancianos saciaban su sed de aquel lago. Por encima de ellos, con sus patas como pilares hundidas profundamente, una araña les observaba. Una araña con el rostro de Suzane Perkins. Continué acercándome sin que nadie reparara en mí. Paso a paso llegué hasta la gente y recordé las palabras de Lazslo cuando vi a mi madre, arrodillada con la ropa hecha jirones hundía las manos en el líquido negro para llevárselo a la boca una y otra vez. Una furia fría se apoderó de mí. Corrí sobre la pulida superficie hacia aquel monstruo gigantesco y golpee con todas mis fuerzas una de sus patas. Se quebró. Vi un brillo de incredulidad en sus ojos mientras su cuerpo abotargado caía. Trató de mover sus otras patas, pero era demasiado voluminosa como para moverse velozmente. Obviamente no esperaba un alma libre en su reino de espíritus sometidos. Tan pronto como dio con el suelo, el nivel de la laguna empezó a descender. El ansia voraz de los muertos reducía su volumen a pasos agigantados. Suzane pataleaba tratando de incorporarse y yo quebraba sus frágiles apéndices. En cuestión de minutos las almas atormentadas llegaron a ella y al tiempo que la devoraban se diluían en una nube de polvo rojizo. Cuando todo terminó dudé si quedarme allí o volver a una ciudad diezmada por la ambición de una vieja egoísta demasiado estúpida para morir.

Un torbellino de polvo se puso a mi lado y Lazslo salió de él.

-Es horra de volverr.

-¿Volver a qué?- le dije- ¿A dónde? Ya no hay nada que me espere entre los vivos.

-Entonces- repuso él mirándome fijamente- acompányame entrre los no-vivos.
FIN

  • La Frase de Hoy: ¿Cuántas veces, con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas, engañamos al diablo mismo? Hamlet.
  • Para el que no lo Sepa: El título es en honor al actor Anthony Perkins, conocido por interpretar a Norman Bates en Psicosis

El tomate en el espejo

La puerta se abrió y Victoria sonrió mientras recorría el club con la mirada. Con la cola de su vestido rojo ondeando tras ella, se dirigió a la barra. El local estaba construido en un antiguo teatro, aprovechando su disposición circular. La pista de baile ocupaba la mayor parte del círculo interior, mientras que las barras quedaban a los lados, pegadas a las paredes. Los palcos superiores se habían respetado y convertido en miradores o reservados dependiendo de la ubicación y el tamaño. Unos biombos ricamente decorados separaban la algarabía de la pista con un ambiente más relajado, dotado de sillones donde poder charlar. Notó como algunas cabezas se giraron a su paso y eso le gustó. No frecuentaba ese tipo de lugares muy a menudo y, por una vez, no le importaba dejarse ver. Una mujer como ella siempre llamaba la atención, con su largo pelo ensortijado, de un negro profundo, derramándose por sus hombros desnudos hasta enmarcar los voluptuosos pechos que el vestido de Valentino abrazaba.

Eligió un taburete cerca del extremo de la barra y, haciéndole un gesto al camarero, pidió una bebida. Por un instante se quedó mirando la copa, deleitándose en la carrera que echaban las burbujas hasta la superficie. Le recordaba a su infancia, cuando la víspera de año nuevo su madre servía champán a toda la familia, incluyendo a los más pequeños, y ella y su hermana comparaban sus vasos para ver cuál tenía más burbujas. Pensó que hacía mucho que no bebía champán en vaso. Hacía mucho que su situación no le limitaba a beber champán solo una vez al año.

De pronto fue interrumpida con violencia cuando una mano anónima agarró la copa y la vació en el fregadero del otro lado de la barra.

—No pierdas el tiempo con este brebaje asqueroso, déjame invitarte a algo realmente caro.

La mano y la voz pertenecían al mismo individuo. Un tipo rubio, de edad indefinida, con el pelo corto, y un traje tan estridente como su voz. Se movió muy rápido, acercando un taburete al de ella. Mientras llamaba la atención del camarero golpeando la barra una y otra vez con la palma de la mano agitaba la cabeza a los lados, haciéndose notar y resaltando el tatuaje de una serpiente que ocupaba gran parte de su cuello.

—No es necesario. —replicó ella casi en un susurro.

—Tranquila, no es molestia. Una belleza como tú se merece lo mejor —continuó el extraño como si nada—. La mejor bebida, la mejor música… La mejor compañía.

El extraño la agarró del brazo y ella dio un respingo. Miró en derredor evaluando sus opciones. A pesar de los esfuerzos del hombre, nadie parecía darse cuenta de lo que pasaba en la barra. O nadie quería darse cuenta de ello.

Entretanto, el barman se apresuraba a cumplir las demandas del individuo llevando hasta ellos una botella morada de intrincados grabados.

—Tienes que probar esto, de verdad. Es como si el Hada Verde llevara al dragón a montar la serpiente. —Vació de un trago el vaso de líquido verdoso y chispeante y lo dejó sobre la barra acompañado de un golpe y un breve aullido de placer—. Y tú, ¿quieres montar a la serpiente? —continuó, soltando a la mujer para explicar el juego de palabras, señalando su tatuaje.

—¿Te está molestando? —intervino un desconocido interponiéndose entre Victoria y su impetuoso pretendiente.

El tatuado miró al recién llegado y volvió la vista con incredulidad hacia la mujer, momento que el otro hombre, castaño, con un traje burdeos oscuro y sin corbata, aprovechó para acercarse más y susurrar algo al oído del primero. De nuevo, el tatuado miró alternativamente al hombre y a la mujer, y su rostro cambió cuando ella, clavando en él sus ojos azul hielo, se apartó el pelo revelando, durante un segundo, una marca en forma de tortuga en su hombro izquierdo. Como activado por un resorte, el hombre del traje de colores cogió la botella y se bajó del taburete emprendiendo una muda retirada.

Los ojos ambarinos del hombre de rojo se cruzaron con los de ella cuando él se giró con una sonrisa en los labios.

—Perdona, no he podido evitarlo.

—No, no, al contrario —repuso ella restándole importancia—. Te lo agradezco mucho.

—¿Puedo… invitarte a algo? —preguntó dubitativo, bajando la vista.

—No —negó ella y él alzó la vista de nuevo, confundido—. Lo menos que puedo hacer es invitarte yo.

—Tom Carson, encantado. —dijo él aliviado, adelantando una mano en tono formal.

Sentados en uno de los sofás cada cual eligió su bebida de preferencia. Ella se decantó esta vez por un Bloody Mary, no se sentía de humor para volver al champán. Él era más de bourbon, un hombre joven con gustos viejos. Hablaron, rieron, se contaron cosas que no habían compartido con nadie. Cuando retiraron los vasos de la última ronda, fue ella la que propuso ir a otro sitio. Él aceptó entusiasmado.

Fuera amenazaba tormenta. Nada de lluvia, por supuesto, tan solo los truenos a los que los habitantes de la ciudad estaban acostumbrados. La temperatura seguía siendo infernal, y el cielo encapotado solo conseguía aumentar el bochorno. Las nubes grises se arremolinaban ocultando cualquier rastro de las estrellas. La luz de las farolas iluminaba una calle tan gris como el cielo y la única nota de color la ponía la pareja con sus atuendos a juego. El escarlata brillante del vestido de Victoria contrastaba con el más sobrio granate de su acompañante. Caminaban a paso vivo, jugando, persiguiéndose el uno al otro dándose caza, intercambiando besos y caricias mientras bailaban al son de una música que nadie más oía. Victoria escapaba y se revolvía lo justo para que Tom quisiera atraparla, hasta que él la apoyó contra una pared y la aprisionó entre sus brazos. Se miraron fijamente, saboreando la anticipación, y él adelantó la cabeza para besarla en los labios.

Dos juegos de pasos resonaron en la calle, subrayados con el chasquido seco de sendas pistolas al ser amartilladas. Tom se giró e interpuso su cuerpo para proteger a Victoria.

—Corre. —gritó con sequedad.

Victoria dudó, la curiosidad le instaba a asomar la cabeza, pero eso la hubiera puesto en peligro y además habría distraído a su acompañante. Decidió obedecer y, agarrando a Tom de un brazo, salió corriendo tirando de él. Corrieron entre los coches, agachados, intentando ofrecer el menor blanco posible a sus perseguidores. Perseguidores a los que solo Tom había visto, pero que ella oía claramente tras su pista.

—Esa víbora ha mandado a sus esbirros detrás de mí. Qué difícil debe de resultarle a esa gente perder —dijo Tom como si le hubiera leído el pensamiento—. Por aquí.

Se desviaron de la calle principal hasta una callejuela. Con un gesto Tom ordenó a la mujer que se escondiera detrás de un contenedor mientras él se encaramaba a un murete y rompía la bombilla más cercana. Esperó a que entrara la primera figura y, sin previo aviso, se abalanzó contra la segunda. Tom forcejeó con el perseguidor mientras su compañero dudaba si usar su arma. Un titubeo que se mostró fatal cuando Tom arrojó a su rival contra el indeciso atacante. Moviéndose con rapidez Tom recogió las pistolas del suelo y apuntando a sus agresores les advirtió:

—Por esta vez os perdonaré la vida. Volved, y se os acabará la suerte. —Sin dejar de apuntarles, retrocedió indicando a Victoria que le siguiera y, una vez juntos, se perdieron en la noche.

Sus pasos les llevaron lejos del callejón, a los límites de un complejo industrial rodeado con una verja herrumbrosa.

—Es la segunda vez que me salvas esta noche, supongo que debes de ser mi ángel de la guarda. —Los ojos de Victoria brillaban de fascinación—. ¿Qué puedo hacer para agradecértelo?

Tom tomó la iniciativa, dejando que sus acciones hablaran por él. Se besaron, con pasión desbordada él saboreó los labios de la mujer, abrazando su cintura a fin de atraerla lo más posible. Ella, a su vez, desabrochaba la camisa de su amante botón a botón, sin dejar que sus labios se separaran. Luego, él bajó a su cuello, colmándolo de besos y pequeños mordiscos que hicieron brotar un sinfín de suspiros. Notó cómo las manos de ella agarraban su cabeza. Con una ligera presión le dirigieron más abajo y enseguida sintió la tibia piel de los senos entre sus labios. Besó y lamió con frenesí mientras ella jugueteaba con su pelo. Le apretaba contra sí. Apretaba más y más. La presa se hizo implacable.

Tom trató de liberarse, pero Victoria le sujetaba con firmeza tapándole las vías respiratorias. En busca de aire Tom se agitó, y en un destello de lucidez comenzó a golpear a la mujer en los costados. Solo el sonido metálico de la malla bajo el corset respondió a sus esfuerzos. Con el último aliento, antes de ceder a la inconsciencia, recordó las pistolas. Apuntó como pudo al cuerpo de la mujer y apretó el gatillo.

Click.


Victoria abrió la puerta y entró en el despacho. Soltó un suspiro de cansancio y se dirigió pesadamente a su mesa. Miró el carísimo reloj de marfil que marcaba las cinco en punto de la madrugada y cuyo rítmico traqueteo era el único sonido que llenaba la estancia.

Tic-tac, dijo el reloj.

—Cállate. —bufó Victoria fastidiada, siendo consciente de las horas de trabajo que aún le quedaban por delante.

Encendió la pantalla del ordenador al tiempo que se dejaba caer en la butaca. Por lo menos era cómoda, no como aquellas escuálidas sillas de escritorio que se bambolean a cada movimiento. Deseaba quitarse los zapatos, pero no lo haría hasta llegar a casa. La simple idea de tener que volver a ponerse aquellos tacones kilométricos para marcharse apartó el pensamiento de su cabeza. Se iría a casa cuando acabara el informe que tenía que entregar. Recorrió las líneas del documento. Agregó una nueva, igual que las cinco anteriores

«05:00 a.m. - No se obtiene nueva información.»

Con hastío se apartó el pelo, retiró de su hombro la película transparente con el falso tatuaje y lo arrojó sobre la mesa. Se masajeó las sienes y respiró hondo, luego miró hacia el interfono y estuvo tentada de llamar a su asistente para que le trajera algo con lo que despejarse. Al final decidió que le vendría bien un paseo. Se levantó y recorrió los pasillos desiertos. Al verlo tan silencioso y apagado resultaba difícil creer que en unas horas el edificio entero herviría de actividad. En unos minutos llegó a la cafetera y, mientras la encendía, repasó mentalmente una vez más las opciones que tenía.

Un zumbido, que sonó como un trueno en el silencio nocturno, le sacó de súbito de su ensoñación. Como un autómata cogió el móvil y se despejó por completo al ver un nuevo mensaje en la bandeja. De Sergei. ¿Qué haría él despierto a esas horas? ¿Querría burlarse de ella por quedarse a trabajar hasta tan tarde? Ciertamente, no era la clase de hombre que saliera a divertirse de madrugada. Deslizó el dedo por la pantalla a fin de saciar su curiosidad.

Dos únicas palabras negro sobre blanco ocupaban la pantalla del teléfono:

«Estoy subiendo.»

Victoria olvidó el café y echó a correr pasillo adelante, casi resbalando en el suelo encerado. Los tacones carmesí repiqueteaban y el eco se multiplicaba en cada cristal y cada panel por el que cruzaba. Llegó al rellano al mismo tiempo que el ascensor, con el eco del timbre aún en el aire y el tiempo justo de recolocarse el vestido rojo. Las puertas se abrieron y allí estaba él. Si no fuera por la cálida sonrisa que le inundaba el rostro, nadie hubiera querido encontrarse con un individuo como él. Gabardina negra, gafas de sol y el pelo negro peinado hacia atrás recogido en coleta. La dura luz de los fluorescentes no le hacía ningún favor a sus facciones afiladas, ni a las cicatrices que recorrían el lado derecho de su cara. Pero aquella sonrisa, amplia, confiada, cargada de seguridad, eclipsaba cualquier sensación de amenaza que pudiera desprender.

—Buenas noches. —saludó el hombre afablemente al ser recibido por una sonrisa sincera igual de amplia que la suya.

—Buenas noches —contestó ella, abriéndole paso, colocándose junto a él al lado derecho—. ¿Cómo tú por aquí? Creía que nuestra próxima reunión no iba a ser hasta el jueves. ¿Ha pasado algo?

—No podía dormir. ¿Y sabes quién más no podía dormir? Corso.

—¿Le has visto? —preguntó Victoria sorprendida al oír el inesperado nombre de su mentor.

—No, aún no. Pero tendré que informarle en persona en cuanto acabemos aquí. Ya le conoces, no puede dormir cuando la misión se alarga demasiado.

—Es un cielo. —constató ella con reverencia.

—Si tú lo dices. —espetó él sin perder la sonrisa.

En lo que duró el intercambio habían llegado al despacho. Sergei se dirigió directamente al ordenador, la mano derecha siempre en el bolsillo, y del izquierdo sacó una memoria USB que conectó al aparato. Durante unos segundos leyó la pantalla, inmóvil.

—¿Dónde le tienes? —preguntó al fin mirando a Victoria.

Siguió a la mujer hasta una puerta etiquetada como A.3728. Ella giró la manilla.

—...Sucia ramera apestosa, maldita puta malnacida, hija de veinte mil padres, pécora mentirosa… —Los improperios se sucedieron en tropel en cuanto se abrió una rendija.

—Lleva así desde que se ha despertado. —dijo la mujer con resignación.

—No te preocupes, yo me encargo. Muchas gracias.

El hombre entró a la habitación y cerró la puerta tras de sí. Lo primero que hizo fue lanzar un tremendo alarido con toda la fuerza de sus pulmones, que pilló desprevenido a Tom, que forcejeaba con las correas que lo ataban a la silla.

—¿Ves? —dijo a continuación dando unos suaves golpecitos a la pared—. Insonorizado. ¿Por qué no nos ahorramos los berridos y conservas energías?

Aquello pareció calmar a Tom, que se desplomó derrotado, cediendo a sus ataduras. Frente a él, una mesa sencilla y otra silla componían todo el mobiliario de la estancia. Sergei sacó de su bolsillo siete instantáneas, que puso boca abajo sobre la mesa en dos filas, cinco arriba, dos abajo. Con calma, acercó la silla y se sentó en ella sin dejar de observar al prisionero desde detrás de sus gafas oscuras. Tom recuperaba el aliento. Con toda tranquilidad, Sergei sacó un paquete de cigarrillos y, tras ofrecer a Tom, que negó con la cabeza, se encendió uno. Mostraba una impresionante destreza para hacerlo todo únicamente con la mano izquierda. El encendedor plateado fue solo un destello en su viaje desde el bolsillo hasta el cigarrillo y de vuelta a su lugar.

Tras una profunda calada Sergei comenzó a hablar, aún sin perder su tono amigable.

—He venido a ayudarte. No es que tengas muchos amigos aquí, por lo que veo. —Hizo un gesto con la mano abarcando la habitación—. Yo puedo ser el mejor que tengas.

—Sí, ayúdeme —dijo Tom acercándose todo lo que le permitieron las correas—. Sáqueme de aquí. —añadió bajando la voz como si temiera que le oyeran fuera.

—Lo haré —concedió Sergei dando otra calada—, en cuanto me contestes a dos preguntas. ¿Cómo te llamas?

—¡Carson! —exclamó— ¡Tom Carson!

La voz del prisionero se llenó de júbilo al contestar a una pregunta tan fácil. Sergei, sin embargo, parecía esperar algo más. Negó con la cabeza.

—¿Cuánto tiempo llevas siendo Carson, Tom? ¿Un par de meses?

Tom parecía confuso.

—Yo te lo diré —continuó Sergei pausadamente, dejando que sus palabras calaran en su interlocutor—: setenta y dos días.

Alargando la mano, Sergei dio la vuelta a la primera fotografía de la fila superior. En ella se veía a un hombre rubio, con poblado mostacho y cuerpo regordete. Vestía un traje caro y mostraba orgulloso el tatuaje de un lobo en su cuello.

—Al parecer, que te aplaste un tren no tiene por qué ser malo. Solo te cambia el color de pelo, te pone en forma y te borra los tatuajes.

Tom miraba la foto y a su captor, cada vez con más miedo en los ojos.

—No sé de qué me está hablando. —se defendió con voz chillona.

—Has perdido la primera oportunidad, no te quedan muchas más... No tienes el tatuaje de ninguna corporación, así que eres un paria. A nadie le importará lo que te pase. —Sergei dio un golpecito en el filtro del cigarro y una brizna de ceniza cayó al suelo—. Por otro lado, tu trabajo debe ser bastante lucrativo, a juzgar por tu ropa. ¿Qué es? ¿Terciopelo?

Carson quedó en silencio. Los músculos de la mandíbula tensos, como un animal acorralado.

—Tu nombre, por favor. —pidió Sergei sin variar el tono.

—Simon Fetch. —escupió Carson.

Sergei dio la vuelta a la segunda foto. Un hombre de color sonreía desde ella, flexionando el brazo por el que subía un tiburón de tinta violeta.

—Accidente de coche, hace catorce meses. ¿Tu nombre?

—Herbert Capgras.

De nuevo volteó una foto y un nuevo individuo alardeaba de su ofidio tatuado.

—Un infarto, hace dos años y medio. ¿Hasta cuándo vamos a jugar a esto? —Sergei se levantó, defraudado—. Vamos a hacer una cosa, no me digas tu nombre. Dime quién te contrató para matar a esta gente. De la Serpiente, el Lobo, el Tiburón… Nadie asesina a representantes de las corporaciones sin tener un respaldo poderoso. ¿Quién ha sido? ¿La Tortuga? ¿El Halcón? ¿O tal vez ha sido un trabajo interno?

Carson pasó al ataque.

—No veo que tú estés marcado ¿Quién es tu amo? ¿O eres igual que yo? Un paria sin futuro en un mundo controlado por cinco cretinos que se creen mejores que los demás y se otorgan el derecho de poseer gente como quien tiene mascotas. Marcándolos como al ganado. «Mírame, soy una Serpiente, la segunda corporación más poderosa.»— se burló haciendo ademanes afeminados hasta donde se lo permitieron sus ataduras.

Sergei le miró divertido. Había pinchado un nervio.

—Yo sirvo a un poder mayor —dijo sonriendo aún más—. A mis patronos no les mueve la venganza, sino la justicia. Damos a cada cual lo que se merece y no nos preocupan los tejemanejes de las corporaciones. A todos les llega el castigo a su debido tiempo, incluso a nosotros. Pero hay una posibilidad, una minúscula posibilidad, de que hagamos el bien suficiente como para compensar nuestros pecados.

—Solo sois una panda de delincuentes. Unos perros que les hacen el trabajo sucio a otros. Somos exactamente iguales.

—¿Lo somos? Eso mismo es lo que trato de averiguar —dijo Sergei—. En mi carrera me he encontrado con muchos asesinos, delincuentes, traidores… La mayoría lo hacía por principios, por venganza o por necesidad. Pero también los había que solo lo hacían por dinero. Si ese es tu caso, podemos llegar a un acuerdo. Podemos conmutar tu castigo, darte una razón de ser. Ponerte a trabajar por un bien mayor, haciendo algo de lo que puedas sentirte orgulloso. Solo tienes que colaborar. ¿Cómo te llamas?

—Leopoldo Fregoli. —murmuró Carson.

Sergei giró otra fotografía.

—Y ahí está el Halcón. Un accidente de esquí, hace cinco años. —Sergei se acercó al prisionero, apuró el cigarrillo y lo apagó en la mesa—. Estás acabando con mi paciencia. Nos hemos ido muy atrás, el pago de tus empleadores ya se ha amortizado con creces. No les debes nada. ¿Han sido todos los trabajos para la misma persona o ha habido varios? Última oportunidad.

—Rudi Wechselbalg. —articuló como si le arrancaran cada palabra.

Sergei puso la mano sobre la última fotografía de la primera fila, y miró a Carson, evaluando su reacción. Se diría que el revelar las imágenes provocaba dolor en el prisionero, y Sergei se deleitó en la incertidumbre. Por fin, atendiendo a la súplica en los ojos de su presa, giró la foto boca arriba.

—No, tampoco eres Rudi. Creemos que ésta fue la primera identidad que robaste. Que te gustó tanto que lo convertiste en tu modus operandi. Nos ha costado bastante seguirte el rastro, pero una vez que comprendimos cómo actuabas, supimos a quién buscar. Te has convencido durante tanto tiempo de que eras esas personas, que parece que ni siquiera sabes quién eres.

Sergei se dirigió a la puerta y la abrió lo suficiente como para sacar la cabeza.

—Victoria, por favor, trae el kirpan.

Carson, entretanto, no apartaba la mirada de las fotos que quedaban sin revelar.

—Christopher Dawn. —dijo casi en un susurro.

—¿Cómo?

—Christopher Dawn —repitió ahora más fuerte—. No es mi nombre, ese ya no lo recuerdo, es quien me pagó por matarles. A todos ellos.

—Gracias —dijo Sergei cogiendo un pequeño paquete que le entregó Victoria. Lo depositó en la mesa, junto a las dos fotos restantes—. Gracias a ti también, Tom. Es todo un detalle que finalmente lo hayas compartido con nosotros.

El rostro de Sergei perdió la sonrisa y se volvió grave por primera vez.

—¿Recuerdas que te dije que necesitaba que me respondieras a dos preguntas?

—Sergei —intervino Victoria—, aún puede sernos útil.

Él ignoró a la mujer y cogió las dos fotografías ocultas.

—Antes te he dicho que Rudi fue la primera identidad que robaste —continuó Sergei—. No dije que fuera la primera vida que quitabas.

Carson no quitaba ojo de las instantáneas, revolviéndose en la silla.

—Hace diez años se encontraron los cuerpos sin vida de Bridget y Claire Boland. Dos hermanas de Cleveland. —Sergei mostró las imágenes de dos adorables niñas rubias, de no más de 10 años de edad—. Según el reporte policial cayeron en una zanja y se rompieron el cuello. Sabemos que no fue así.

Algo cambió en la mirada de Carson, un gesto de reconocimiento.

—Lo que quiero saber, la pregunta de la que dependerá tu futuro, es: ¿te pagaron para hacerlo o lo hiciste porque lo necesitas? Porque eres un animal sin control que solo vive para acabar con otras vidas.

Las lágrimas se derramaban por las mejillas de Carson, enfrentado a recuerdos demasiado horribles como para siquiera tratar de mentir.

—Díselo, Tom —intervino Victoria—. Dile que fue un trabajo. Dinos quien te lo encargó y le castigaremos por ello. Juntos.

Carson siguió llorando en silencio. Tras unos segundos Sergei abrió la cajita, donde reposaba un puñal grabado con delicadas filigranas.

—Vete, Victoria, no deberías ver lo que va a pasar. —dijo Sergei

—Pero aún podemos…

—Fuera. —interrumpió él secamente, sin siquiera mirarla.

Apartando la vista, con un mohín de tristeza, Victoria salió de la habitación y cerró la puerta.

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  • Para el que no lo Sepa: Este relato fue escrito para El Reto. El Reto es un certamen extraoficial de escritura que nació en los foros de Asshai.com y que se traslado a Elmultiverso.com para dedicar un foro exclusivo. El reto es que te apuntas al concurso antes de saber las reglas específicas, y el ganador recibe el honor de organizar la siguiente edición.