Mrs. Perkins

No pueden culparme por lo que le hice a la Señora Perkins.
Lo pensaba mientras trastabillaba por el descampado tratando de mantenerme oculto. Entonces me di cuenta de que aun agarraba fuertemente la llave inglesa ensangrentada. Un escalofrío me hizo estremecer y con repulsión la lancé todo lo lejos que pude. Me detuve y mire mis manos manchadas con aquel líquido rojo que lo había salpicado todo. No podía vagar por la ciudad así. Tratando de mantener la calma me dirigí a uno de los desagües del alcantarillado donde podría encontrar agua y disimular las manchas.

Y pensar que iba a ayudar. La señora Perkins siempre fue un personaje peculiar. Ya era vieja cuando mis padres se mudaron aquí antes de que yo naciera y en el barrio seguían pensando que era una bruja aún después de que mi padre se fuera. La gente cuchicheaba sobre ella cada vez que se cruzaban y los niños del barrio contaban historias de gente que había ido a su casa y no había vuelto a salir. Supongo que cada pueblo tiene que tener a alguien así, basta con no ser todo lo social que los demás desean que seas. Toda mi vida crecí a la sombra de la enorme casa de la señora Perkins, sin embargo mi madre, a diferencia de las demás madres, no me prohibía ir a jugar cerca de la casa bajo amenazas de ser convertido en sapo, ser cebado y cocinado o acabar siendo el sacrificio de algún oscuro ritual de magia negra que según mis amigos se celebraba en los sótanos de la vieja mansión. Sencillamente, como mis amigos no querían pasar por allí, no nos acercábamos.

Durante años oí las historias y durante años la vieja señora Perkins siguió siendo vieja.

Recientemente, debido a su avanzada edad, la señora Perkins contrató los servicios de una enfermera que venía cada tarde a su casa. Una mujer de mediana edad conocida de mi madre durante sus largas horas de trabajo en la cafetería del hospital. Realmente fue ella la que me metió en esto.

- Daniel, querido. Creo que Mrs. Perkins tiene un problema con el fregadero ¿Te importaría ayudarnos?- La melosa voz de aquella mujer hacia juego con todo su ser y unas rollizas formas de afable cuarentona.

Y allá fui yo, con mi caja de herramientas. Ser el fontanero extraoficial de mi barrio proporcionaba un servicio asequible a los vecinos y unos buenos recursos para mí por hacer chapuzas.

Estaba yo agachado bajo el fregadero cuando un imperioso grito de la enfermera me sobresaltó. Casi me dejo la cabeza al salir de bajo el mueble, pero los gritos de auxilio de Rachel eran cada vez más apremiantes. De pronto, en los escasos metros que separaban la cocina del dormitorio, los gritos habían cesado y al entrar en la estancia averigüe por qué.

-Uno, dos, tres, cuatro.... Uno, dos, tres, cuatro.... Vamos, vamos.- Rachel se afanaba en reanimar a la anciana señora Perkins dándole tremendos empujones en el pecho que le hacían saltar laxa de un lado a otro.

- Daniel – gritó al verme sin dejar de hacer la reanimación.- coge mi móvil y llama a una ambulancia. ¡Rápido!

Torpemente corrí a por el bolso de Rachel, saqué el teléfono y marque el número de emergencias. Cuando terminé la llamada noté que había dejado de oír el golpeteo rítmico y al girarme vi confirmados mis peores temores. O lo que yo creía que iban a ser los peores. Rachel lloraba en silencio junto a la cama desde donde los ojos vidriosos de la vieja me recriminaban no haber hecho suficiente.

- Daniel, querido, yo...- balbuceó Rachel entre sollozos acercándose a mí. Sentí la obligación de consolar a aquella robusta mujer que ahora parecía tan frágil como el saco de huesos que yacía desvencijado sobre el colchón. La abracé.

El primer golpe le dio en la nuca. Debido al impulso salí despedido a través de la puerta abierta y caí sobre la alfombra del pasillo. Rachel no tuvo tanta suerte y se golpeo contra el marco, quedando dentro de la habitación. Sobre ella se encontraba la difunta señora Perkins, manteniéndola contra el suelo gracias a una fuerza sobrenatural. Haciendo caso omiso de mí se inclino sobre el cuerpo y comenzó a devorarlo. Despertando por pura fuerza de voluntad, al ver el color de la sangre indicándome el peligro, use lo que más a mano tenia para apartar a aquella cosa de la pobre Rachel. No pude hacer más por ella. No pueden culparme por lo que le hice. Aquello ya no era la señora Perkins.

Las sirenas me trajeron a la realidad. No sabía durante cuánto tiempo estuve absorto recordando lo ocurrido pero en el mejor de los casos se trataría de la ambulancia, en el peor, de la policía. Definitivamente volver a mi casa no era una opción. ¿Quién iba a creer que la anciana señora Perkins (ahora difunta señora-monstruo devoradora-de-enfermeras Perkins) había vuelto de entre los muertos? Necesitaba huir. Necesitaba una coartada hasta que las cosas se calmaran. Bien mirado, no había testigos que pudieran ubicarme en la casa.

Atosigado por el sonido de la sirena me fui dirigiendo a zonas donde ni la policía se atrevía a entrar. Me acerque allí donde los desheredados se refugiaban, sobreviviendo en la cara que la ciudad no muestra al día. Gente sin hogar, delincuentes, traficantes. Almas desdichadas apartadas del mundo por decisión propia o por circunstancias de la vida. Almas como la mía.

Los callejones de la ciudad son el mejor sitio para esconderse. Si quieres hacer algo que no se vea, hazlo en un callejón. Pero ten cuidado de elegir uno libre o puedes verte envuelto en problemas. Lo aprendí de la manera dura cuando fui a dar a una callejuela donde un grupo de matones discutían con el tipo más grande que había visto en mi vida. Mientras los macarras que le rodeaban levantaban la voz y le increpaban en rumano (o húngaro, no entiendo mucho de idiomas pero sonaba de por ahí) el gigantón guardó la calma, esperando a que se desahogaran. Levantando las manos y con un tono apaciguador, se dirigió a sus interlocutores, pero estos no reaccionaron bien y enseguida aparecieron las armas. Uno de los atacantes trato de alcanzarle con una navaja, lanzando un tajo a la altura del estomago. Una gigantesca manaza agarró al agresor por la muñeca y los cuerpos forcejeando me impidieron ver lo que pasó, pero el crujido de hueso partiéndose y el alarido del navajero me dieron algunas pistas del resultado. Al ver que el combate cuerpo a cuerpo no era viable, los otros dos miembros de la banda rodearon el coche para usarlo de parapeto mientras desenfundaban las armas, lo que obligó al hombretón a buscar refugio haciendo lo propio.

Sonaron dos, tres, seis disparos en rápida sucesión e instintivamente agache la cabeza. Desde mi nueva posición vi cómo alguien se acercaba furtivamente al gigantón y asumí que sus intenciones no eran nada buenas, a juzgar por la barra de metal que llevaba en la mano. No tenia forma de advertirle sin atraer el fuego sobre mí, de modo que cogí lo primero que tenía a mano y lo lancé tratando de alcanzarle en los pies. El tapacubos le dio bajo la rodilla, parece que, después de todo, tantas tardes jugando al frisbee no fueron una total pérdida de tiempo. El atacante dio un respingo de dolor y soltó un leve grito, lo que junto al ruido del tapacubos al aterrizar en el asfalto llamó la atención del desprevenido objetivo. Con una velocidad pasmosa se puso de pie y agarrando el brazo de su enemigo lo uso de escudo mientras corría hacia los demás. Las detonaciones dieron paso al sonido de recamaras vacías, golpes sordos y rotura de cristales. Pensé que sería suficientemente ágil como para huir sin que me vieran, pero en el momento en que puse un pie en la calle, la voz de aquel hombre me paralizó por completo.

-Alto ahí, ¿erres tú quien me ha aiudado antes?- El tono casi gutural de la voz provocaba un marcado acento de Europa del este, ciertamente el salvajismo que había exhibido momentos antes casaba mas con aquella voz ruda que con la aparente fluidez con la que dominaba el rumano.

-S-sí.- Balbucee confiando en que me dejara ir.

-Grracias. Te devo una. Mă numesc...- titubeó buscando las palabras.-Mi nomvrre es Lazslo.

-Daniel -contesté yo un poco más relajado ¿por qué iba a decirme su nombre si pretendía convertirme en una pulpa sanguinolenta como a los demás?

Lazslo salió de detrás del coche sacudiéndose las manos y dio un par de pasos hacia mi antes de detenerse en seco. Flexionó levemente las rodillas repartiendo su peso entra ambos pies y se puso en guardia moviendo la cabeza como un perro que afina el oído.

- Algo no esta vien.- sentenció. Entonces, yo también lo oí. Un suave gorgoteo comenzaba a elevarse, al principio parecía el viento, pero poco a poco aumentaba de intensidad hasta convertirse en un gemido monocorde perfectamente audible. Procedía de detrás del coche. Lazslo se dio la vuelta al oír moverse los fragmentos de cristal y ambos vinos como una mano se asía a la ventanilla rota para ayudar a incorporarse a uno de los cadáveres.

-Retrrocede. Lentamente. Pueden moverrse muy rrapido si te detectan, perro por lo generral son lentos.

-Pero ¿qué son?¿zombies?- pregunté, demasiado asustado como para obedecer.

-Ghouls, cadaverres que no se supone que devan moverrse. Perro que se mueven.- Parsimoniosamente avanzó hacia el coche y agarrándolo desde abajo comenzó a levantarlo al tiempo que los demás cadáveres se erguían y el gemido reverberaba multiplicado por 4. Lazslo volcó el coche sobre las criaturas, atrapándolas bajo el peso de un par de toneladas de metal. Con los ghouls neutralizados procedió a pisar las bocas ululantes que asomaban tratando de morderle.

-A la caveza. Es su punto devil.- Me indicó mientras sus botas se teñían de sangre. Pateé, golpee las cabezas muertas hasta que dejaron de moverse y el gemido cesó de taladrar mi cabeza. Aún temblando, en parte por el miedo y en parte por la descarga de adrenalina, interrogué a Lazslo acerca de su conocimiento sobre aquellas criaturas.

-Digamos que soy un connoseiur del mundo oculto.- Contestó enigmáticamente.

-¿Te has encontrado otras veces con esas criaturas?

-En cierrto modo. Perro no hay mucho tiempo. Porr si no te has dado cuenta, los otros muerrtos se están levantando.- Como si estas palabras hubieran sido una señal el eco de más gemidos llegó traído por el viento. Entonces el mundo se me cayó encima. Si hay un lugar dónde los cadáveres se amontonaban esperando su cremación o su entierro era el hospital. Obviamente era el lugar que más peligro suponía. La imagen de mi madre cayendo bajo las dentelladas asaltó mi mente.

Corrí. A mi espalda Lazslo gritaba algo que no pude comprender. Tampoco es que me preocupara demasiado. Debía llegar lo antes posible al hospital, pero cada vez parecía más lejano. A mi alrededor oía gritos, disparos, golpes y carreras y, por encima de todo, el sonido repetitivo del gemido que acompañaba a los muertos en busca de alimento. La ciudad se había vuelto loca y quien tenía un arma la usaba contra quien se le acercara, fuera hombre o ghoul, solo para comprobar que los caídos volvían a levantarse. Debí haberles advertido, debí haber gritado "a la cabeza, disparad a la cabeza" pero cada segundo que me entretuviera era un segundo menos que tenía mi madre. Finalmente llegue al hospital. Cientos de personas se arremolinaban alrededor huyendo del pánico exterior sin advertir que la morgue era la mayor fuente de esas cosas que había en los alrededores. Como suele pasar con las aglomeraciones, quien intenta entrar no solo se lo impide al de atrás, sino que a su vez impide salir a quien puede permitirles la entrada a ambos. Entre el tumulto traté de localizar a mi madre, pero no la vi, de modo que decidí jugármelo todo a una carta y trepé por una de las farolas. El ascenso fue relativamente fácil, aunque las envestidas del tumulto balanceaban la farola de un lado a otro. Me agarre como pude y aprovechando uno de los envites salté al tejadillo sobre la entrada de urgencias. De allí a las ventanas del primer piso solo mediaban unos pasos. Necesite un par de intentos hasta encontrar una de ellas abierta y colarme en una habitación.

En la oscuridad, lo olí. Lo primero fue el olor metálico, como oxido, de la sangre, después el hedor de la carne putrefacta. Di un paso y pude oír los chasquidos de dientes raspando contra hueso. Parecían ratas royendo los últimos despojos. Poco a poco, tratando de mantenerme oculto esquive al ghoul que ni siquiera parecía percatarse de mi presencia, deleitándose como estaba con su Chateubriand aux vert robe particular. Una vez fuera de la habitación cometí el error de dejarme llevar por la urgencia y aceleré el paso hacia la cafetería. Por eso no vi ni oí al ghoul que se abalanzó sobre mí desde otra habitación. Con la fuerza del impulso rodamos por el suelo y atravesamos la barandilla. Sentí los cristales clavándose profundamente y el azar quiso que fuera el zombi quien cayera debajo, dándome los segundos precisos para tomar la iniciativa. La bestia se movía espasmódicamente tratando de agarrarme y lanzaba dentelladas al aire mientras gemía, como pidiendo auxilio de los de su especie. Por el rabillo del ojo vi a la gente en las puertas alejándose con más ahínco a través de la marea humana que quería entrar. Aunque hubiera querido pedir ayuda comprendí de un vistazo que estaba solo. Mientras tanto, unas puertas dobles burdamente barricadas con sillas y alguna mesa, temblaban bajo el empuje de cientos de manos. El resucitado era un chaval de unos 13 años, llevaba una bata blanca de paciente y tenía la cabeza totalmente rapada. En cualquier otra situación habría sentido lastima, pero dadas las circunstancias agradecí no haber topado son un tipo más grande. Agarre su cuello y golpee su cabeza contra las baldosas una y otra y otra vez hasta que trazó un ángulo imposible sobre sus hombros y el cuerpo quedó fláccido y silencioso.

El costado me dolía horrores y sentía cómo algo rascaba dentro de mí. No me gire a mirar el reguero de sangre que dejaba a mi paso, ni fui consciente del momento en que el vestíbulo del hospital dio paso a un túnel rojizo. Tal vez el agotamiento, la falta de sangre o el estrés me hacían tener alucinaciones, pero daba la sensación de que mis movimientos se hacían más lentos y mis pies se hundían a cada paso en un suelo de arena roja. No sé durante cuánto tiempo anduve, pero sé que note hambre y luego sed. Una sed imposible que me quemaba por dentro. Caminé y caminé tratando de salir de aquel túnel para poder encontrar a mi madre y sacarla de allí. Vagamente recordaba el motivo, mi conciencia se diluía a cada paso que daba dejando solo la sed, una sed que no tenía forma de calmar.

Para cuando salí del túnel ya no me importaban los muertos, el cuerpo no me dolía, o si lo hacia había cedido ante el dolor de la sed que me agrietaba la garganta. El exterior estaba gélido y un escalofrío me sacó de mis pensamientos. Frente a mi veía una laguna. Un agua negra como el alquitrán vibraba suavemente al compas de una brisa que no existía. Metí la cabeza y empecé a beber. Bebí más de lo que nunca hubiera podido hacerlo, pero aquel agua extraña no calmaba mi sed, sino que más bien la avivaba. La cabeza me daba vueltas, algo en mi mente martilleaba que no era posible pasar horas bebiendo sin sacar la cabeza del agua, pero seguí bebiendo. Entonces una palabra trajo luz a mi embotado cerebro. Mama. Saqué la cabeza y mire al frente. Mama. Haciendo a un lado la sed trate de avanzar para llegar a mi madre, veía su rostro en una neblina. Se acercaba a mí y quise llamarla.

De mi garganta agrietada solo salió un grave y cacofónico gemido... y me entregué a la sed.
FIN



Corrí. A mi espalda Lazslo gritaba.

-Insensato, no entiendes a que te enfrrentas. Tu madrre ia está muerrta, y si no lo está, no tarrdarra mucho en estarrlo.

Ignore sus palabras y apreté el paso, pero de una manera que no alcanzo a comprender encontré la mano de Lazslo oprimiéndome el pecho. De pie frente a mí se encontraba el gigante con jersey de lana y gorro marinero. Algo no cuadraba en todo aquello, asi que traté de zafarme y continuar mi camino, pero él me agarró y con una mirada penetrante de sus ojos rojizos me abandonaron las fuerzas.

-Io conozco la manerra. Io se qué son estas crriaturras. Y solo conmigo puedes tenerr una esperranza de sovrevivirr.- Movía la boca y sus colmillos brillaban cada vez que los descubría, pero sentía su voz en mi cabeza, como si fueran mis propios pensamientos.

-Ahorra no perrdamos más tiempo. Huelo la muerrte en tí, cuéntame qué ha pasado.

Rápidamente le puse al corriente de mi reciente encuentro con la Sra. Perkins y una sonrisa cruzó fugazmente por su cara.

-Así que está aquí. Mucho me temo, muchachito, que hace falta más que eso parra acavar con ella.

-¿Cómo sabes tanto sobre ella?¿La conoces?- Aún no había asimilado que estaba muerta.

-Hace cuatrrocientos anyos acudió a mi en busca de la inmortalidad. Perro no fue capaz de pagarr el prrecio de lo que pedia y trras una corrta estancia se marrcho. Seguí su carrerra durrante un tiempo y al parrecerr encontrro a alguien que le ensenyo a alarrgar su vida mediante las arrtes de la nigrromancia. Supongo que es lo que havrra hecho durante todos estos anyos.

-¿Cuatrocientos años? ¿Y cómo se supone que has sobrevivido tú durante cuatrocientos años?

Sonrió y mis ojos se dirigieron automáticamente a los afilados caninos que exhibía. Por fin junté las piezas y una parte de mi cerebro decidió que en un mundo en el que la gente resucita como ghoul, no debe ser extraño encontrar vampiros. Aún así instintivamente deje de sentirme seguro al lado de aquel ser de fantasía, peligrosamente real, plantado junto a mí.

-No temas.-dijo él.- Ia me he alimentado esta noche, no tienes nada que temerr de mí. Además, deves detenerr a Suzane.

-¿Por qué yo?- repliqué extrañado y la contundente respuesta no se hizo esperar.

-Porrque no hay tiempo parra ponerr al dia a nadie más. Porrque erres el único que puedes hacerrlo y porrque tienes un vuen motivo parra ayudarrme. Aunque el cuerrpo de tu madrre haia muerrto, su espirritú está esclavizado. Nunca conseguirra tenerr la paz hasta que la vieja vruja haia crruzado.

-¿Por qué no lo haces tú? ¿Cómo sabré que hacer? ¿y cómo te ayudo en esto si después de todo, ya sabes, tú ya estas muerto?- Sentía que mis preguntas empezaban a incordiarle, pero necesitaba saber, ya que cada segundo que pasaba todo era más demencial.

-Parra tu inforrmación, no puedo alimentarrme de ellos. No están vivos de verrdad. Sencillamente, al morrirr, su espirritu ha quedado atrrapado en una especie de limbo ligado al espirritu de esa vruja y toda la esencia vital que ellos consuman aumentarra su poderr. En segundo lugarr, no lo hago io mismo porrque quien vaia alli no podrra salirr sin aiuda del exterriorr. Y ahí entrro yo. Tengo una limitada capacidad parra cruzarr al otro lado y una vez allí, podrre trraerrte.

-De acuerdo, lo hare.-Accedí una vez que sopesé las posibilidades.

-Deves recorrdarr que pase lo que pase no deves comerr ni veverr nada o no podrras volverr. El otro lado se prresenta de distinta forrma a cada uno, asi que no puedo decirr lo que te vas a encontrrarr.

-¿Y cómo lo hacemos?¿Dibujamos un pentáculo?¿Sacrificamos una ...- Ni siquiera me dejó terminar. Con un movimiento violento enterró sus dientes en mi cuello. Luche y forcejeé presa del pánico. Ya no me parecía tan buena idea ir al mundo de los muertos. Sentí como la vida se me escapaba y las fuerzas me abandonaban. Un velo rojizo cubrió mi vista y empecé una caída a la oscuridad.

Recuperé la conciencia en un desierto rojo. La arena se extendía a mi alrededor. Un cielo rojo completaba la visión y no tenía muy claro si la arena reflejaba el cielo o viceversa. Me levanté sin saber muy bien a dónde ir, no había túnel de luz, ni puertas doradas. Tampoco olía a quemado, así que no creo que hubiera bajado. Toqué mi cuello y no encontré ninguna herida. Comencé a caminar. Camine por las dunas sin rumbo fijo. Aquella iluminación indeterminada me hacía imposible saber cuánto tiempo había pasado. Tenía la sensación de que el tiempo pasaba pero, en el fondo, sabía que no era así. El tiempo no pasa para los muertos.

Finalmente vi algo más que arena. Una plancha de azabache se extendía a ras de suelo y una multitud se arrodillaba para beber de ella. Hombres mujeres y ancianos saciaban su sed de aquel lago. Por encima de ellos, con sus patas como pilares hundidas profundamente, una araña les observaba. Una araña con el rostro de Suzane Perkins. Continué acercándome sin que nadie reparara en mí. Paso a paso llegué hasta la gente y recordé las palabras de Lazslo cuando vi a mi madre, arrodillada con la ropa hecha jirones hundía las manos en el líquido negro para llevárselo a la boca una y otra vez. Una furia fría se apoderó de mí. Corrí sobre la pulida superficie hacia aquel monstruo gigantesco y golpee con todas mis fuerzas una de sus patas. Se quebró. Vi un brillo de incredulidad en sus ojos mientras su cuerpo abotargado caía. Trató de mover sus otras patas, pero era demasiado voluminosa como para moverse velozmente. Obviamente no esperaba un alma libre en su reino de espíritus sometidos. Tan pronto como dio con el suelo, el nivel de la laguna empezó a descender. El ansia voraz de los muertos reducía su volumen a pasos agigantados. Suzane pataleaba tratando de incorporarse y yo quebraba sus frágiles apéndices. En cuestión de minutos las almas atormentadas llegaron a ella y al tiempo que la devoraban se diluían en una nube de polvo rojizo. Cuando todo terminó dudé si quedarme allí o volver a una ciudad diezmada por la ambición de una vieja egoísta demasiado estúpida para morir.

Un torbellino de polvo se puso a mi lado y Lazslo salió de él.

-Es horra de volverr.

-¿Volver a qué?- le dije- ¿A dónde? Ya no hay nada que me espere entre los vivos.

-Entonces- repuso él mirándome fijamente- acompányame entrre los no-vivos.
FIN

  • La Frase de Hoy: ¿Cuántas veces, con el semblante de la devoción y la apariencia de acciones piadosas, engañamos al diablo mismo? Hamlet.
  • Para el que no lo Sepa: El título es en honor al actor Anthony Perkins, conocido por interpretar a Norman Bates en Psicosis

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