- Morla Testudo.- constató leyendo el documento- ¿Qué le trae a Santa Clara? ¿negocios o placer?
- Puede que ambos.- respondió con una dulce sonrisa- nunca hay que descartar la posibilidad de divertirse trabajando.
Gerardo seguía estudiando la documentación, estirando el tiempo disponible para disfrutar de la vista.
La mujer esperaba frente a él, relajada. Los brazos cruzados bajo el busto no daban la sensación de ser una pose defensiva, sino más bien una muestra de paciencia genuina, esperando que el trámite durara lo menos posible. Pero no rehuía los ojos del agente. Durante todo el tiempo, Morla sostuvo la mirada color café del hombre, con sus ojos azul hielo tras las gafas sin montura. Sin hostilidad, se diría que con interés. Los ojos de él bajaron para evaluar su cuerpo, esbelto y apetecible bajo el uniforme corporativo de blusa, chaqueta y falda de tubo. Los de ella se movieron fugazmente sobre su interlocutor. Había un extraño paralelismo entre ambos. Ella era alta, más incluso contando los tacones de stiletto que la dotaban de 15cm adicionales; él apenas llegaría al metro sesenta. Así como él era moreno, gracias a años en aquel cálido lugar, ella mostraba una palidez casi cristalina. Donde ella era delicada y frágil, el era musculoso y rudo, mas en porte, que no en modos.
- ¿Y cuánto tiempo piensa permanecer entre nosotros, señorita Testudo?- preguntó Vega volviendo la mirada a aquellos ojos brillantes.
- Aún no lo he decidido.- contesto ella llevando una mano al pequeño colgante de carey con forma de tortuga que colgaba de una cadenita en su cuello.- Santa Clara es conocida por muchas cosas. Quiero que me dé tiempo a todo.
Añadió las últimas palabras mientras jugueteaba con el colgante, lo que atrajo la atención del guarda a su blusa, abierta hasta el tercer botón, que invitaba a un fugaz vistazo del sostén, también blanco.
Ahí cayo Gerardo en el marcado contraste que ella misma albergaba. Blusa blanca, chaqueta negra. Medias blancas, falda negra. Pamela blanca, pelo negro. Piel blanca… labios rojos. Rojos como brasas. Como tierra ardiente del desierto que clama por agua.
- ¿Tiene algo que declarar?- masculló finalmente el hombre consiguiendo apartar los ojos de sus labios ardientes y centrándolos en aquellos ojos refrescantes.
- Nada en absoluto.- repuso ella mientras él revisaba la pequeña bolsa de viaje que portaba. Discreta, profesionalmente, Gerardo inspeccionaba el contenido del bolso, atento a posibles bolsillos interiores o dobles fondos. Una media sonrisa salto fugazmente a sus labios cuando, entre papeles, artículos de higiene y algo de dinero, reconoció el objeto con forma de pepino que había surgido en su mano desde dentro del bolso. Sutilmente lo oculto de la vista y se permitió una mirada de connivencia a la mujer. Una vez terminado el registro, devolvió el contenido a la bolsa en el orden en que lo había sacado, no sin antes abrir el aparato para revisar el compartimiento de las pilas. Por un momento hubiera deseado tener algún motivo para llevársela y cachearla a conciencia, pero era un profesional y jamás se había aprovechado de su cargo.
- ¿Todo en orden, pues?- inquirió la mujer con tono de complicidad, devolviendo la sonrisa al guardia. Asintió, sello el pasaporte y el eco de sus pasos, alejándose en dirección a la cinta de equipajes, destaco sobre el bullicio de la terminal. Se permitió un minuto de ensoñación admirando las caderas de ella al agacharse a por una pequeña maleta con ruedas. Luego negó con la cabeza ante la ocasión perdida.
- ¡Siguiente!- gruño con su voz reglamentaria.
No había llegado al mostrador la siguiente persona de la fila cuando el alboroto hizo a todos volver la cabeza.
- ¡Alto!¡Deténgase!- llegaba desde el fondo de la terminal.
Varias personas salieron despedidas cuando un tipo desharrapado y descalzo, con un zapato en la mano, embistió contra los viajeros para cruzar el control. Gerardo calculó el momento y saltó por encima del mostrador para placar a individuo, haciéndole rodar por el suelo.
Le esposaron y le condujeron a la sala aislada donde realizaban los interrogatorios al encontrar contrabando en el equipaje de algún viajero. La sala estaba prácticamente vacía. Tan solo una mesa sencilla y un taburete atornillado al suelo. Pasado un rato apareció Gerardo, a quien había tocado en suertes averiguar las intenciones del hombre, portando una billetera y un paquete envuelto en papel marrón.
- Bueno, ya estamos todos más tranquilos.- dijo secamente.
- La mujer. ¿Dónde está?- le interrumpió el extraño, a quien habían quitado las esposas, ya que no suponía una amenaza.- Es peligrosa.
- ¿Qué mujer?- interrogo Vega, suspicaz- Explíquese señor...
- Yolcos, me llamo Jason Yolcos,- Gerardo abrió la cartera y verifico los datos en el carnet y el pasaporte.- y vengo desde Paris siguiendo a una mujer muy peligrosa.
- ¿Quien es ella?¿Como se llama?
- No lo sé.- gruño Jason impaciente.- Pero si no la detenemos morirá mucha gente.
- Señor Yolcos, no sé cómo de peligrosa es esa mujer, pero haría mejor explicándome porque trato de atravesar la frontera con esto.- Mientras hablaba abrió el paquete cuidadosamente mostrando un reluciente revolver de pequeño calibre.
- Eso no es mío, es de ella. Es la única pista que tengo.- cada vez hablaba en un tono más alto mezclando suplica y amenaza.
- Y ella se lo dio para que pudiera seguirla hasta aquí.- Gerardo hablaba pausadamente, como dándole la razón, para que viera el absurdo de sus palabras.
- No.- se explico Jason.- No me la dio, yo se la quite.
- De modo que admite haber tratado de entrar al país con un arma robada.- Vega alzo una ceja.- Empiece por el principio, hágame el favor. Esa mujer, descríbala.
- A ver... Morena, ojos claros, azules, verdes, no lo sé. Alta, diría metro ochenta con una antigua cicatriz en la clavícula izquierda. Como un corte o algo.- El guarda tomaba notas, pues aunque no estaba para nada convencido de lo que el hombre contaba, no iba ser por su culpa si una terrorista actuaba impune en el país.
- Bien, señor Yolcos, luego llamaremos al dibujante para hacer un retrato robot. Continúe.- ordeno con amabilidad.
- Vera, soy periodista, en mi cartera esta mi acreditación. Anteayer estaba en mi casa cuando una de mis fuentes me alerto sobre un cargamento de droga que llegaba esa noche. Avise al periódico y me prepare para acudir.
- ¿Por qué no llamo a la policía?- le interrumpió Vega, interesado.
- No creo que hubiera servido de nada.- replico el detenido, con aire de derrota.- Cuando llegue vi como ella los mataba a todos y huía.
- ¿A todos?¿Cuántos eran "todos"?- interrumpió nuevamente.
- No lo sé. Diez, tal vez doce. Estoy seguro de que vi al menos seis cuerpos. Mas los choferes, andaría por ahí la cifra.
- Y fue entonces cuando llamo a la policía, ¿no?
- ¿Bromea? ¿Cómo iba a explicárselo a esas alturas? No me habrían creído.
- Bueno, me lo está explicando a mí, y ciertamente tampoco le creo. Entonces la siguió a ella. ¿No es así?.
Yolcos dudo un momento, diciéndose mentalmente lo que iba a decir para ver si sonaba a locura. Definitivamente, se parecía bastante.
- Sí, la seguí hasta un hotel.- Jason trago saliva.- la vi entrar y, cuando iba a entrar por la puerta, me sorprendió por detrás. Me encañono, con ese mismo revólver y me dirigió a un callejón.
- ¿Usted se resistió?
- Claro que lo hice.- protesto- Aproveche un descuido y le quite el arma. Aunque escapo.
Gerardo casi no podía disimular su incredulidad. Enarco otra vez la ceja. Se rasco el carrillo con la tapa del bolígrafo y empezó a examinar lo que acababa de escribir, como quien acostumbrado a Goyas y Botticellis, se enfrenta a un Tapies.
- ¿Me está diciendo que usted- señalo al detenido, recordando lo fácil que fue tirarle al suelo y arrastrarlo al cuarto de interrogatorios, como si fuera un saco de patatas.- le arrebato el arma a una mujer que, según usted mismo ha dicho, mató sola a diez o doce presuntos narcotraficantes? Por favor, señor Yolcos, hay un límite de cosas increíbles que quiero escuchar en mi trabajo. Su relato ya ha superado la ración de hoy.- Vega se levanto, envolvió el revólver y se dirigió a la puerta.- Piense bien su historia, piénsela muy bien y búsquese un abogado. Porque lo tiene crudo. Buenos días.-
Salió de la sala y llevo a procesar el arma. Cumpliendo su palabra, mando al dibujante para el retrato robot y llamo a París. Por grotesca que fuera, la historia de Jason parecía tener posos de realidad. Efectivamente <
Las pesquisas convencieron al viejo sabueso de darle otra oportunidad al detenido. Sonó el teléfono.
- Gerardo, soy Marcos.- sonó lánguidamente al otro lado del auricular.
- Hola Marcos. ¿Qué tienes?- saludo Vega, extrañado de que el laboratorio hubiera tardado tan poco en analizar el arma. Miro el reloj. Dos horas, todo un record.
- Si te digo la verdad, nada en absoluto.
- ¿Y eso?- inquirió con su característico alzamiento de ceja.
- El arma está limpia. ¿Qué digo limpia? Esta impoluta, sin usar. Completamente nueva.
- ¿Quieres decir que no se ha disparado?
- Nunca, de hecho esta descargada. Tiene el número de serie entero y las huellas de tu hombre, pero nada más. El ánima está intacta. Nueva, ya te digo.
- ¿Solo las huellas del detenido?- se aseguro el guarda.
- Dactilares, si. También tiene una pequeña marca en la culata, pero no es del fabricante. Parece hecha de encargo.
- ¿Cómo es?
- Es como un sol con cinco rayos y un hexágono en el centro. Te lo mando por fax. Es lo único que he podido sacar, espero que te sirva.
- Gracias, marcos. Te debo una. ¿Sigue en pie lo del jueves?
- Claro.
- Nos vemos allí entonces. Ciao.
Colgó el auricular y espero a que llegara el fax. Con esta nueva información y un café de máquina, el implacable sabueso se dispuso para el segundo round. Independientemente de que pudieran presentar cargos o no, el misterio era tan profundo que quería solucionarlo de una vez para librarse de aquel molesto picor en el cerebro, como cuando dejas una canción a medias.
El dibujante había terminado cinco minutos antes de que llegara y le esperaba junto a la puerta del calabozo. Le entrego el retrato y Vega tuvo que admitir que se trataba de ella. No recordaba haber visto ninguna cicatriz cuando la conoció, pero el colgante con forma de tortuga era revelador. ¿Qué probabilidades hay de que dos mujeres tan parecidas llevaran el mismo colgante? Hasta el peinado era idéntico. Sin lugar a dudas Jason había visto a la señorita Testudo, pero cuándo y cómo aun estaba por determinar. Con todo y con eso, no tenían ninguna otra prueba, por lo que, quisiera o no, tendría que encontrarla.
Llamo a la central.
- Hola, soy Gerardo Vega, del aeropuerto. Necesito que me localicéis a una persona.- aguardó- No, no está acusada de nada, es solo un testigo.- voces al otro lado del hilo.- De acuerdo, os lo mando por fax. Responde al nombre de Morla Testudo, empezad por el hotel. Muchas gracias.
Corto la comunicación y mando el dibujo.
Seguidamente entro en la habitación. Jason parecía haber perdido la prisa por salir de allí, pero cuando vio al guarda se levanto y fue hacia él.
- ¡Eh, eh!- clamo Gerardo extendiendo una mano hacia él y llevando la otra a su reglamentaria.- Quieto ahí. Te recuerdo que aun estas detenido. Si intentas algo te dejo seco.- Jason retrocedió lentamente, alzando las manos para tranquilizar a su carcelero.
- Vale, tranquilo. Lo siento.- se disculpo Yolcos, reculando mansamente y sentándose.- no tenía intención de escapar.
- Sí, sí, pies ligeros ¿Por qué querrías estar en otro sitio?- respondió Vega enojado.- ¿Quieres que te las vuelva a poner?- agitó las esposas frente a él.- porque lo hare si no dejas de hacer tonterías.
Tras el estallido de ira, el periodista parecía cohibido. Ya no miraba desafiante como alguien a quien importunan por una nimiedad. De golpe fue consciente de toda la gravedad de su situación. Arrestado por tráfico de armas en un país sin acuerdo de extradición con Francia. Si le declaraban culpable no tendría otra opción más que cumplir condena allí. Y a saber cuál era la pena por esas cosas.
- ¿Por qué has seguido a esa mujer aquí?- rompió finalmente el silencio Vega al tiempo que encendía un cigarrillo, antes de ofrecer uno al detenido, que negó con la cabeza.
- Me robó.- dijo Jason con un hilo de voz.- Se llevo mi agenda.
- ¿Tan valiosa es que arriesgas la vida por ella?
- Mucho. Contiene datos de todos mis contactos, todas mis fuentes. Un periodista es tan bueno como lo sean sus fuentes. Y las mías son de lo mejor.-
Se detuvo. En ese instante se percato de que reconocer trato con ladrones y contrabandistas no ayudaría a su imagen allí dentro. Pero Vega era perro viejo y comprendió sin explicaciones.
- Así que a lo mejor todo fue un montaje para hacerse con esos datos. ¿Por qué no lo dijo antes, hombre? ¿Por qué ese afán de no recurrir a las autoridades? De haber sido así, nuestra historia habría comenzado con un "Señor agente, aquella mujer de allí me ha robado la agenda" y habríamos aclarado todo el embrollo.
Jason dudo, trago saliva y bajando la vista dijo
- Por vergüenza. No fue cuando le quité la pistola cuando me robó, sino después.
Gerardo le hizo gesto de que continuara mientras daba una profunda calada al cigarrillo.
- Cuando se me escapó en el hotel, no me despistó del todo. La seguí hasta el aeropuerto. Y vi como se dirigía a las consignas. Fue a una de aquellas grandes, espaciosas.- hizo gestos describiendo las dimensiones, pero más bien parecía que definía a un puerta de discoteca.- si hubiera sabido lo que pretendía no me hubiera pillado desprevenido, pero ya dicen que la curiosidad mato al gato. ¿aquí también usan ese dicho?- interpelo a Vega.
- Continúe, no se distraiga.
- Si, lo siento. Bueno, el caso es que llegue a la taquilla en la que ella estuvo trasteando y, cuando se alejo, trate de abrirla.- por la expresión de sus ojos, Gerardo supo lo que venía a continuación.
- Pero ella no estaba lejos.
- No. Me agarro por detrás, del cuello. Me quito la agenda y un zapato, me metió el calcetín en la boca y me encerró allí dentro. Para cuando salí, ya estaba tomando el vuelo hacia aquí. Trate de alcanzarla pero, ¿sabe usted lo difícil que es correr con un solo zapato?
- Podía habérselo quitado y correr descalzo.- aconsejo Gerardo.
- Eso hice, pero lo que necesitaba entonces era tiempo y no lo tenía. Cogí el siguiente vuelo, solo unos minutos después, y el resto ya lo conoce.
Sonaron unos golpes en la puerta y la cabeza de otro agente apareció por un lado.
- Vega.- llamo el agente.- de la central. La han encontrado.
Ambos hombres se levantaron a la vez, pero el policía se impuso con una mirada llena de significado.
- Hablare con ella, a ver qué tiene que decir. Por el momento se quedará aquí hasta que se aclaren las cosas. No está acusado porque hay duda razonable, pero teniéndolo aquí evitaremos que se meta en líos.
Salió de la habitación sin atender a las protestas del periodista.
- La tenemos, se ha subido a un taxi. ¿La arrestamos?- escupió la radio cuando Vega contactó con los agentes encargados de la vigilancia.
- No, todavía no tenemos nada. Seguidla a ver a donde va. Luego me pasare por el hotel a interrogarla.
- Vaya, vaya.- exclamo el aparato.- No te vas a creer donde acaba de bajarse. Mejor que veas esto.
La mujer se apeó del taxi casi en el centro mismo de la ciudad.
Vestía un ligero vestido rojo, hasta medio muslo, adecuado a las temperaturas tropicales del país, y sobre los hombros un fino chal, también carmesí, protegía su nívea piel del sol. Una pamela burdeos, decorada con plumas, completaba el conjunto. Bajo el vestido se adivinaba un rígido corsé oscuro, que realzaba los ya de por si llamativos encantos de la muchacha.
Miro a la imponente mansión desde detrás de la verja y observo durante unos segundos a los dos guardias armados que custodiaban la puerta.
Seguidamente se encamino a uno de los numerosos teléfonos públicos que poblaban la zona. Las uñas pintadas de rojo metieron una moneda y pulsaron una serie de números. cuando contesto una voz pidió hablar con Sable, marco otra serie de cifras y colgó. Finalmente, entro en la casa.
- ¿Esta dentro?- pregunto Gerardo a la patrulla cuando llegó.
- Desde hace como cinco minutos. Hizo una llamada y se metió dentro.- replico uno de los policías.
- Vale, gracias. Desde aquí ya me puedo encargar yo. No quiero haceros perder más tiempo.
El otro policía intervino.
- No, no es molestia. De hecho creo que nos interesa quedarnos por aquí. Estarás de acuerdo en que es mucha coincidencia que tu chica misteriosa vaya a casa de Héctor Marques el mismo día de su llegada. ¿Sabes cuánto tiempo llevamos detrás de él?
- Supongo que el mismo que yo.- replico Gerardo.- Desde el principio. Desde sus tiempos de contrabandista de café, con su mula y sus sacos. Desde que decidió instalarse aquí a base de traer tabaco, alcohol y mujeres. Y desde que siembra los barrios de muerte rápida cuando se pelea con los otros, como perros por un hueso. O lenta, cuando envenena a jóvenes y mayores con su mercancía.- Vega se había exaltado cada vez más, pero no quiso llamar la atención, así que volvió a su coche y se propuso colaborar con sus compañeros, oteando la casa con unos prismáticos.
- Todo sea por pillar a ese cerdo.- se dijo.
El interior estaba exquisitamente decorado. Cuadros y tapices vestían las paredes y caras alfombras cubrían el suelo. Del techo colgaban delicadas arañas de cristal que brillaban en mil colores con el sol que entraba por los amplios ventanales. Morla inspeccionaba la casa, admirando cada obra de arte durante el recorrido de dos plantas hasta la sala de espera. Un guardaespaldas la acompañaba, sin quitarle ojo. En la entrada había preguntado por el señor Marques y entregado una tarjeta con un sol de cinco rayos dibujado, con un hexágono dentro. Enseguida la hicieron pasar. Al llegar a la sala, otro escolta se empleo a fondo, cacheándola. Pero se entretuvo demasiado en las piernas, y el vibrador del bolso le distrajo lo suficiente. Con risitas socarronas la acompañaron al interior.
Vega vio a través de la cristalera como la roja figura entraba en la estancia. El ala del sombrero le cubría hasta el puente de la nariz, por lo que no se distinguía bien la cara, pero pudo reconocer en ella la postura segura y casual de esa mañana. Al otro lado de la mesa, Héctor se levanto para saludarla. Alto, corpulento y peludo, no era difícil de reconocer. Abrió los brazos para atraerla hacia sí y darle sendos besos en las mejillas, mas ella extendió la mano para que se la estrechara y mantener las distancias. Al tiempo que el narcotraficante hablaba y se sentaba en la mesa, ella permanecía de pie, inmóvil, con los ojos en la penumbra. En un momento dado saco los brazos de debajo del chal y abrió su bolso.
- ¡Sera zorra!- exclamo Vega cuando ella saco el dildo, lo desenroscó y de su interior extrajo un frasquito con lo que parecía un liquido de algún tipo.
Morla tenía la mercancía en la mano.
- Morrigan. Neurotoxina experimental. Letalidad del 100%. Velocidad de propagación en condiciones optimas de una hectárea por hora.- dijo alzando el frasco- Una gota acabaría con este barrio en menos de un minuto. Enséñame lo tuyo.
Mantuvo el frasco en alto mientras Héctor tecleaba algo en el ordenador portátil. Luego lo giro hacia ella con la orden de transferencia en pantalla.
- 20 millones por adelantado, los otros 100 a la entrega. 200 litros la semana que viene, como acordamos.
- Excelente.- concedió ella, satisfecha.- es un placer hacer negocios con usted.
Le entrego la muestra a uno de los guardaespaldas y dio un paso para ofrecerle de nuevo la mano su anfitrión. Cuando la retiró, él se la miro extrañado y, abriendola, vio una pequeña figurita de carey con forma de tortuga. Antes de que pudiera decir nada, la mujer habia lanzado un candelabro contra el ventanal y se pegaba a él atrayendo hacia sí a un escolta tirando de su corbata. Vega se quedo sin aire debido a la onda expansiva. Había salido del coche para acercarse a la casa y ésta salto en pedazos. Oyó el cristal romperse y miro hacia arriba el tiempo justo para ver a la mujer de rojo, volando rodeada de cristales, agarrada a un hombre trajeado. A cámara lenta, giro sobre sí misma y se encogió, poniendo al hombre bajo ella. Al aterrizar se estiro violentamente, rodando sobre sus manos y echando a correr en cuanto sus zapatos de rubí tocaron el suelo. Tras de sí, el escolta, con la espalda destrozada por el impacto y el cuerpo cubierto de quemaduras, luchaba por respirar con dos agujeros gemelos en el pecho, donde sendos tacones se habían hundido. Gerardo sacudió la cabeza, aun desorientado por la explosión. Miro a la casa y, viéndola desperdigada por todo el vecindario, decidió perseguir a la chica.
El esfuerzo le dolía, aun no había recuperado el resuello y ya estaba corriendo a la máxima velocidad que le permitían sus piernas. Ella volaba sobre los tacones, dejando minúsculas huellas carmesí allí donde pisaba. Parecía una patinadora sobre hielo, realizando filigranas entre los alarmados transeúntes. Vega trataba de gritar que parara, identificarse como policía o incluso usar el walkie, pero sabía que si la perdía, seria para siempre. Le faltaba el aire.
Finalmente llegaron a la costa. Enormes acantilados vigilaban el lecho de rocas desde las alturas. Las dos figuras, perseguidor y perseguida, se recortaban sobre la roca viva en su ascenso sin sentido.
En alguna ocasión el policía se pregunto hacia donde estaba huyendo, pero, sabiendo que era una mujer de recursos, no aflojo el paso.
La tierra se acabo y la mujer frenó en seco viendo como un puñado de gravilla caía al mar, siendo engullido por el rompiente que fue a su encuentro. Se giro, para encarar a su perseguidor.
- Se acabo.- dijo resollando, el veterano policía, que no corría así desde la academia.- Estas acorralada.
- No crea, agente, dónde menos se espera, salta la liebre.- replico ella con el pelo revuelto alrededor de la cara, el sombrero dejado atrás en la explosión.
- Entrégate y tendrás una oportunidad.- insistió el policía, encañonándola desde una distancia prudente.- Si tratas de huir, tendré que dispararte.
- Haga lo que tenga que hacer. De todas formas la liebre nunca atrapa a la tortuga.
Con una grácil pirueta, salto por el acantilado. Gerardo cumplió su palabra y disparo. La bala impacto en la espalda de la mujer y el cuerpo cayo al agua. El policía, pesaroso, se asomo buscando un rastro sabiendo que no encontraría nada, al tiempo que usaba el walkie para informar de la situación. Tendría que soltar al periodista.
Emergió a 50 metros del acantilado y llenó sus pulmones con el aire enlatado y con olor a aceite de motor del interior del submarino. Subió por la escalerilla y el hombre manco le acerco una toalla.
- ¿Lo tienes?- inquirió el desconocido.
- Por supuesto.- aseguro ella entregando un pequeño aparato a cambio de la toalla.- se lo quité al guardaespaldas antes de irme.
- Buen trabajo.- felicitó desde detrás de las sempiternas gafas de sol.- confío en que no haya habido problemas.
- Ninguno en absoluto.
- ¿Y Marques?
- Me he encargado de él.- dijo risueña mientras se secaba el pelo.- por lo menos ha pagado por los 200 litros de detergente.
El hombre asintió, guardó el aparatito en el bolsillo de su gabardina y alargo el brazo hacia ella. Enterró la mano en el vestido y la saco poco después sosteniendo una bala completamente aplastada.
- Veo que el blindaje funciona.- sentencio el hombre antes de dejarla caer al suelo- Vístete, tienes trabajo. ¿Conoces Shanghái?
- La Frase de Hoy: Fugit impius nemine persequente (El culpable siempre huye aunque nadie le persiga). Proverbios 28,1.
- Para el que no lo Sepa: El cuento es una alegoria de la fabula de la liebre y la tortuga (lapin es liebre en frances, Morla es la vieja tortuga de la Historia Interminable de Ende y el Testudo era la formacion romana llamada tambien tortuga). El periodista esta basado en el Jasón de los Argonautas, ya que profetizaron su aparicion con una sola sandalia a su tío e ilegitimo rey de Yolcos, Pelias. Y si, ella tiene reminiscencias a Carmen Sandiego... con un vestido de Valentino.
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