Empieza la fiesta



El mayordomo de la puerta se quedó mirando absorto la ristra de condecoraciones en la pechera del nuevo invitado. La música clásica llenaba la estancia donde una pequeña multitud de personas se exhibían con sus mejores galas. Un ligero carraspeo sacó al joven criado de sus ensoñaciones en las que imaginaba toda la acción que su trabajo no le permitía. El invitado le tendía un sobre con letras doradas en el que se leía:
El Sr. Salim Saleh tiene el honor de invitar al Coronel Erik Krupp a la fiesta que tiene a bien dar en su mansión de Kampala con motivo de la puesta de largo de su querida hija, el próximo 6 de abril de 1994.
Recogiendo la invitación, el recepcionista echó una ultima ojeada al hombre que tenia delante antes de dejarle pasar. El invitado vestía un uniforme de gala, una boina negra con una estrella roja de fieltro de cinco puntas bordada y una casaca verde oliva con charreteras, plagada de condecoraciones en su pechera izquierda. Las pequeñas chapas rectangulares refulgían a la luz de la inmensa araña del recibidor combinando su brillo metalizado con el colorido de la tela que codificaba cada misión. Cada una de aquellas insignias le había costado la vida a muchos hombres y la mente del muchacho transformaba las enseñas en lugares exóticos y aventuras interminables. Poco podía saber él que aquellas chapas no eran para el invitado más que malos recuerdos o simples trabajos en el mejor de los casos. No obstante un mercenario no puede ser condecorado oficialmente por ningún gobierno que le contrate, por lo que en realidad se trataban de enseñas hechas por el propio soldado de acuerdo con lo que se pudiera aplicar en su caso concreto. Rescatar a 200 niños secuestrados en un colegio por terroristas, medalla al valor. Socorrer a un destacamento de marines estadounidenses, mención de honor. Ser herido en combate, corazón púrpura. Ningún corazón púrpura destacaba entre las condecoraciones, en su opinión ser herido por el enemigo no tenía nada de honroso ni demostraba especial habilidad militar, así que la consideraba una distinción inútil. Una vez el militar transpuso la puerta, el chico volvió a la realidad de comprobar la invitación del resto de los pomposos invitados que su jefe había reunido allí.

Tras la recepción el hombre se encontró con la segunda de las barreras. Una barrera humana formada por dos hombretones trajeados que le interrumpieron el paso y amablemente le instaron a desprenderse de su sable de gala, aduciendo que nadie debía entrar armado a la fiesta, excluyéndose a ellos mismos, por supuesto. Lentamente, con parsimonia y sin la menor intención de dar una impresión equivocada, se llevó las manos al cinto y desabrochó el tahali del sable, entregándolo posteriormente manteniendo la vista al frente para que su campo de visión cubriera a los guardaespaldas. Aún en el último instante podría haberlo desenvainado y degollado a los vigilantes si hubiera sido necesario. No obstante, no era el momento. No hubo amenaza alguna. Una vez más solo cumplían con su trabajo.

La vetusta mansión colonial bullía de vida en su interior. La orquesta se afanaba en interpretar obras reconocibles a pesar de la poca cultura musical de los invitados. Uno de los numerosos criados que poblaban el salón se acercó discretamente al Coronel y le indicó que le siguiera. El anfitrión le esperaba en el piso de arriba. Mientras subía las escaleras se llevó la mano a la garganta, como para aclarársela. Carraspeó y susurró que estaba subiendo. Una voz en su oído izquierdo contestó a su mensaje.

El sonido de la música se fue atenuando según dejaban atrás el salón de baile. El bullicio de la fiesta, las voces, el tintineo de las copas al dedicar un brindis y las risas llegaban cada vez mas bajas. El Coronel y su guía cruzaron hasta un total de tres puertas vigiladas, giraron un pasillo a la derecha y fue entonces cuando Erik se dio cuenta de la magnificencia de la mansión. Durante todo el trayecto fue informando a su invisible compañero del itinerario que seguía, a lo que él, diligentemente, confirmaba cada dato con un susurro al oído. Finalmente llegaron a su destino. Tras llamar con los nudillos en la recia puerta de caoba, el criado se retiró no sin antes hacer un signo inequívoco al militar de que pasara.

Casi toda la luz de la habitación se concentraba sobre el escritorio donde varios hombres señalaban y hacían recorridos con el dedo sobre un mapa. Cuando la puerta se abrió, la mayoría de ellos miraron recelosos en dirección al extraño de ojos grises que acababa de entrar. Uno de ellos, que había estado sentado tras el escritorio hasta entonces, se levanto y, rodeando la mesa, se dirigió al recién llegado para darle efusivamente la bienvenida. Mientras su anfitrión le abrazaba y palmeaba la espalda, Erik tuvo tiempo de calibrar la situación. Aún sin girarse podía sentir a los dos guardaespaldas situados a ambos lados de la puerta, listos para la acción. Terminado el efusivo recibimiento Salim se dirigió de vuelta a la mesa prácticamente tirando de su invitado. Allí le presentó al resto de sus acompañantes. Aparte de media docena de militares ugandeses de alto rango se encontraban con ellos dos empresarios y un extraño individuo con maletín y con aspecto de abogado. Es extraño que dondequiera que se geste algo, bueno o malo, siempre se pueda ver a uno de estos individuos pululando por allí. El señor Saleh Teniente General del ejercito nacional de Uganda y hermanastro del Presidente Yowari Museveni era un hombre de chocolate. Nadie se habría atrevido a decírselo a la cara, por supuesto, pero su tez morena y angulosa recordaba tanto al color del chocolate con leche que la asociación era inminente para cualquiera con quien hablara. Ese color delataba su ascendencia Tustsi, una de las etnias enfrentadas desde finales del siglo XIX por el control de la zona. En esta ocasión además, vestía el uniforme de gala de su país, de color chocolate blanco. Si no hubiera sido por su pose marcial, habría recordado a una deliciosa chocolatina. Aparte de eso era militar hasta en el bigote pulcramente recortado.

- Me alegra que haya podido venir, Sr. Krupp.- indicó Salim tras las presentaciones al tiempo que le alargaba una caja de habanos.- ¿Fuma?-

- No, gracias.- declinó educadamente Erik.- En realidad no me quedaré mucho. Unicamente me he acercado a decirle que no podré colaborar con Vd. en esta ocasión. Sé que tenía un gran interés en que dirigiera sus unidades, y créame, me halaga. Pero hay otros asuntos que requieren mi atención y Vd. ya sabe lo importante que es para mi cumplir con los contratos.- Tendiéndole la mano se incorporó y después de despedirse de todos y cada uno de los presentes, giro sobre sus talones y enfiló la puerta para marcharse. En la cara de Salim se veía reflejada la decepción de no poder contar con un especialista tan cualificado para su próxima operación. No obstante era algo poco importante, teniendo en cuenta la precisión con que estaba planeándolo todo.

- Una lástima.- suspiró para sí antes de volver al mapa tras unos segundos observando la puerta por la que había salido el mercenario.

Fuera empezaba a ponerse el sol. Tras recoger sus cosas Erik se dirigió a una furgoneta aparcada cerca de la casa a un lado del camino pavimentado que llevaba de la mansión a la carretera .

- ¿Qué tal he estado?- preguntó Erik al subir a la parte de atrás de la furgoneta mientras se quitaba la casaca y se desabrochaba la camisa.

- Muy convincente.- respondió un hombre castaño de mediana edad sentado frente a él que manipulaba un pequeño equipo de escucha.- Ya sabe lo importante que es para mi cumplir con los contratos.- repitió el hombre haciendo muecas intentando que la voz se pareciera a la de su compañero. Ambos se echaron a reír.

- Vamos, menos cháchara y a trabajar.- Les recriminó una voz desde la parte delantera de la furgoneta a través del pequeño ventanuco que separaba ambas secciones subrayando la frase con sendos golpes en el panel intermedio.

Una vez se hubo puesto su ropa habitual, consistente en un jersey táctico gris con trabillas rojas y unos pantalones verde oscuro embutidos en un par de botas militares, comprobó que su fiel perro dormía plácidamente. Asomando la cabeza hacia los asientos delanteros Frost se dirigió al conductor y al copiloto. El conductor era enorme y barbudo. Una masa de 170Kg. encerrada en 2,10 m. por 1,5 de ancho. Sus gigantescas manazas casi ocultaban el volante y la palanca de cambios gruñía cada vez que cambiaba de marcha. Ahora que era casi de noche, las gafas de sol que normalmente llevaba puestas habían sido retiradas sobre la frente, medio envueltas por la bandana que utilizaba. Era una costumbre extraña la de fabricarse una bandana con la bandera del país en el que estuviera actuando cada vez. A causa de esto la prenda que llevaba en esta ocasión sobre la cabeza era una sucesión de bandas amarillas, rojas y negras con el dibujo de una grulla coronada en alguna parte.

– Blizzard, algún día vas a hacer que nos maten.- le reprendió Frost en una ocasión.

- Pero capitán, - se disculpó- míralo como yo lo veo. Si nos atrapan los “buenos” lo podemos enseñar como símbolo patriótico y si nos pillan los “malos” lo usamos de trapo. De esta manera se quedan contentos y podemos seguir nosotros a lo nuestro.-

Por el contrario el copiloto era poco más que un chaval. La falta de alimentación en su Serbia natal le había supuesto ser un poco contrahecho, bastante lejos de la idea común que se tiene de un mercenario. A pesar de todo Flake, que es como le rebautizaron Frost y su equipo, suplía con astucia lo que le faltaba en fuerza. De esta manera con ayuda de Iceberg, quien ocupaba la parte de atrás, hacia las veces de trampero, lo que suponía un suministro casi inacabable de comida durante las misiones. Como ya he dicho el individuo que ocupaba la parte trasera del vehículo se llamaba Iceberg, si bien su nombre real, Ace Bërgenson, no difería mucho del otro. Ace era un especialista en electrónica. Antiguo empleado de Toiix Computers, al ser despedido encontró otra manera más lucrativa, a la par que emocionante, de ganarse la vida entrando a formar parte del grupo de Frost a las órdenes de Tnd Security.

- Date prisa.- urgió Frost a Blizzard.- o perderemos el Helicóptero.

- No te preocupes, jefe. Llegaremos enseguida.-

Realmente llegaron enseguida al aeropuerto internacional Entebbe a 40 minutos de Kampala. Llegaron exactamente con el tiempo justo de comprobar que todo el trafico aéreo había sido cortado por la milicia local.

Blizzard desmontó del vehículo y se acercó a uno de los guardias armados del UPDF. Tras unos minutos hablando en inglés, el guardia comenzó a negar con la cabeza y extendió el brazo para hacer retroceder a Blizzard. Éste giró en redondo y volvió a la furgoneta seguido del soldado que con el arma apoyada sobre el hombro hacia señales para que dieran la vuelta y se alejaran de allí. En el trayecto de vuelta a Kampala, Blizzard puso al corriente a sus compañeros.

- Parece ser que han cortado todos los vuelos hasta nuevo aviso. Se ha decretado la ley marcial.-

- Pero ¿por qué?- exclamó Frost desconcertado- mira la hora que es. ¡Tenemos que estar en Kinshasa dentro de tres días! ¿Cómo vamos a recorrer cerca de dos mil kilómetros en 3 días sin un maldito helicóptero?-

- Relájate, Frost ¿vale?- le tranquilizó Blizzard- No tenemos que estar en Costa de marfil hasta dentro de una semana. Tenemos todo ese tiempo para hacer el recorrido hasta Kinshasa y luego preparar las cosas deprisa y corriendo para ir allí. No será fácil pero creo que a una media de unos 300 kilómetros al día podemos conseguirlo.-

- Vale, vale.- Frost echó la cabeza hacia atrás y se llevó las manos a los ojos para relajarse. Mientras se masajeaba levemente los globos oculares a través de los párpados continuó interrogando a Blizzard- ¿Y todo esto a qué viene? ¿Porqué cortan todo el trafico aéreo precisamente ahora?-

- Bueno, - contestó su interlocutor- al parecer, según el guardia, han derribado un avión de un misilazo en el aeropuerto de Kigali. Aún no se ha confirmado, pero se cree que Ntaryamira y Habyarimana iban dentro. Para capturar a los asesinos se han cerrado todos los aeropuertos cercanos.-

-¿Y quien es son esos?- inquirió la juvenil voz de Flake.

- Cyprien Ntaryamira, presidente de Burundi y Juvénal Habyarimana presidente de Ruanda.- aclaró Frost destapándose los ojos e incorporándose de nuevo.- Pero esto es Uganda. Ruanda y Burundi quedan al sur pero son otros países. ¿Porqué cierran nuestro aeropuerto?-

- No lo sé, Frost. Lo único que sé es que esto se va a poner caliente.-

1994 no iba a ser un buen año para los políticos. No fueron solo Ntaryamira y Habyarimana quienes murieron ese año. También gente tan influyente como Richard Nixon o Jaqueline Kennedy, entre otros, encontrarían su destino el 23 de abril y el 20 de mayo respectivamente.

Pero a diferencia de estos, la muerte de aquellos vendría seguida de una de las mayores olas de violencia de la historia. Un genocidio cuyas bases se venían sentando desde 1962.

Normalmente no es muy seguro viajar por un país centroafricano de noche. Desde animales salvajes a personas salvajes, cualquier cosa puede atacar el vehículo en el que te traslades. La falta de iluminación en las carreteras, la falta de señalización y la prácticamente total ausencia de cobertura telefónica hacía que un mero pinchazo en un neumático pusiera en peligro la vida de los viajeros. A la luz de los faros de la furgoneta, la carretera iba tomando forma. Era una de las pocas vías que en esa zona podía llamarse carretera en el más amplio sentido de la palabra. A pesar del estado del camino, el motor rugía y se desplazaban a una velocidad casi constante de 100 Km./h. Aún siendo una noche de abril las ventanillas estaban bajadas para evitar el bochorno. Pronto, tras el aumento considerable de la temperatura, empezaría a caer la pesada lluvia de la estación húmeda de marzo a agosto. En la parte de atrás de la furgoneta dormitaban Flake, Ventisca e Iceberg, aguardando el cambio de conductor cuando Blizzard o Frost, que se sentaban delante, estuvieran demasiado cansados para continuar. El camino que habían tomado tenia como destino Masaka, una ciudad destruida en 1979 y reconstruida posteriormente, utilizada más como lugar para dormir en los desplazamientos a Tanzania que como atracción turística. Ya a escasos kilómetros de la ciudad, se veía que las cosas no iban a ser tan fáciles como en un principio se pudo pensar. Una considerable cantidad de vehículos hacia cola frente a un control de carreteras. A la entrada de la ciudad, una fuerza armada compuesta por una decena de soldados revisaba la documentación y el interior de cada coche a fin de comprobar su contenido.

- Vaya por dios.- exclamó Blizzard al verlo.- Parece que se está poniendo más serio de lo que creíamos. Deben estar buscando gente armada o sospechosa.-

- ¡Oh, oh!- dijo Frost echando una ojeada a la parte trasera de la furgoneta donde varias armas automáticas se distribuían, al alcance de los ocupantes, dispuestas para cualquier emergencia.- Da la vuelta. No podemos pasar por aquí con esto. ¿Cuál es el paso alternativo más cercano?-

- Déjame ver.- contestó el conductor sacando un mapa de la guantera donde también guardaban un par de pistolas.- Estamos en Masaka. La idea era seguir hacia el sur por Mbarara y cruzar a la República Democrática del Congo por el sur del Lago Eduardo. Una vez allí ir a Bukavu y coger la autopista de los Grandes Lagos hasta Kinshasa.- Al tiempo que hablaba iba recorriendo el mapa señalando cada punto, como las distintas paradas de un rally.

- Bien, da la vuelta y trae el mapa. Voy a buscar una ruta alternativa pero sácanos de aquí.-

- Ok, jefe.- Dicho y hecho. Con suavidad y sin llamar la atención, Blizzard dio media vuelta al vehículo y enfiló el camino por el que habían llegado de vuelta a la capital. Frost observaba minuciosamente el mapa buscando un modo de llegar a Kinshasa cuando se le ocurrió algo. Alargó la mano y giró en dial de la radio para ponerla en funcionamiento. El sonido plagado de estática inundó la cabina. Girando suavemente el dial, Frost buscó una emisora que se entendiera lo suficiente y escuchó. A través del altavoz una voz profunda y desencajada arengaba a sus oyentes hutus a abalanzarse contra sus vecinos y conocidos tutsis y degollarles.

- Buscadles, buscadles en sus casas y matadlos. Quemad sus casas y degollad a sus familias.- Predicaban las emisoras ruandesas. El gobierno hutu de Ruanda estaba distribuyendo azadas y machetes preparando la masacre de los tutsis acusándoles del magnicidio y temiendo una invasión de los tutsis exiliados años atrás a la vecina Uganda. Esa noche en Ruanda comenzaría una espiral de violencia de 100 días de duración que acabaría con la vida de, al menos, 800.000 personas.

No seria sino hasta unas semanas después que las potencias internacionales mandarían transportes para evacuar a la población extranjera. Nadie podía, en ese momento, hacerse una idea de las consecuencias de aquella catástrofe.

- ¿Qué pasa?- Preguntó Flake desvelado por los gritos de la radio.

- Los Hutus están a punto de masacrar a los Tutsis. Contestó Frost preocupado afanándose en encontrar una salida del país.

- ¿Tootsie? ¿Cómo aquella película de un actor que se vestía de mujer?

- No, Tutsi. De Batutsi, una etnia africana de gente muy alta. Lo contrario a los pigmeos.

- Bueno, Frost, ¿hacia dónde?- interrumpió Blizzard con su profunda voz de bajo.- A este paso volveremos a llegar al aeropuerto y nos volverán a echar.

- Aquí está.- proclamó triunfante.- Desvíate hasta Fort Portal y desde allí podremos cruzar la frontera por el parque natural de Kahuzi-Biega.-

- ¿Kahuzi-Biega?- replicó Iceberg, quién se había despertado con la charla.- ¿no es allí donde están los gorilas de lomo plateado?-

- Si, pero no te hagas ilusiones. No creo que vayamos a ver ninguno. Por si no te has dado cuenta tenemos prisa.-

Al llegar al siguiente desvío giraron hacia la nueva dirección. Como habían supuesto comenzó a llover, de modo que al, ya de por sí, mal estado de la carretera tuvieron que sumarle el conducir con lluvia. Al amanecer llegaron a Fort Portal, una villa de pocos cientos de habitantes situada en la ladera norte de las Montañas de Ruwenzori, cuya importancia le viene dada por ser el punto de partida para explorar el Valle Semliki con sus aguas termales y la Reserva de primates de Kibale. Una vez allí, pararon a descansar y se aprovisionaron de todo lo necesario para el viaje. Compraron comida y agua suficientes, así como prendas de abrigo y demás utensilios necesarios para el transito por la jungla. Flake, además, adquirió alambre y una cantidad respetable de cordel.

Lo más recomendable para cruzar la jungla sería esperar a la noche y pasar la frontera al abrigo de las sombras. No obstante ni Frost ni su equipo tenían tiempo suficiente para hacerlo, por lo que tras dormir unas horas y abastecerse, llenaron el depósito de combustible y, con un par de bidones más para el camino, partieron. El calor era abrumador. Dentro de la furgoneta no había posibilidad de huir de él. El sol golpeaba en la carrocería negra sumando su calor al del motor, con intención de fundir a los tripulantes. Ventisca resollaba con esfuerzo suplicando algo fresco para lamer. Frost, atendiendo a sus súplicas, se concentró y congeló un poco de agua formando un pequeño carámbano para dárselo al sediento animal.

- El mío lo quiero de fresa, por favor.- dijo Iceberg igual de acalorado y exhausto que los demás.

- No. - replicó Frost- Hacer esto me deja exhausto, por eso solo lo hago cuando es estrictamente necesario.

- A veces creo que quieres demasiado a ese perro.- fue la respuesta que obtuvo.

- Tranquilo, de un momento a otro tendrás todo el agua fresca que quieras.

Entonces, como si aquellas palabras hubieran sido una plegaria o algo por el estilo, comenzó a llover. Las gotas, al caer, chocaban contra el metal recalentado del capó de la furgoneta y toda la estructura crujía ante el repentino cambio de temperatura. Las chapas blindadas de los laterales sonaban como si estuvieran a punto de desprenderse o combarse bajo una gran presión. Y súbitamente, el sol que segundos antes les achicharraba con su candente presencia, desapareció tras un manto de nubes que desbordaba todo un torrente de agua sobre ellos. Frost miraba de vez en cuando el cuentakilómetros y marcaba con un lápiz sobre el mapa los puntos recorridos mientras Iceberg y Flake jugaban a las cartas.

- ¿Crees que la gente se enterará de esto?- preguntó súbitamente Ace.

- ¿A que te refieres? – Intervino Blizzard.

- A esto... -dudó- Anoche oímos cómo la radio lanzaba a unos contra otros en el país vecino, quiero decir, ¿Crees que iba en serio? Ya sabes, ¿no será una especie de Guerra de los Mundos?.

- No lo creo – contestó Frost- Verás, te voy a contar un cuento. En 1962 aún faltaban tres años para que Ruanda fuera independiente de los belgas. A pesar de ser una colonia, los belgas les permitieron conservar sus jerarquías y demás por lo que en ese momento tenían un rey al mando. El rey era bueno, era justo y era todas esas cosas que se suelen decir del que tiene el garrote. Pero hete aquí que el rey justo, bueno y bondadoso murió. Lo normal hubiera sido que algún otro de su propia, ¿cómo diríamos? Etnia ocupara su lugar y de ésta manera otro Tutsi subiera al poder.

- Los altos ¿verdad?- expresó Flake en ese momento, más pendiente de la historia que del juego.

- Exacto, los altos. Los altos llevaban muchos años gobernando en esa tierra. Pero cuando el rey tutsi murió en 1962, fueron los bajitos oscuros quienes, con ayuda de las armas, subieron al poder. Entonces los hutus se dieron cuenta de que eran menos, y más bajos, que los tutsis. De modo que les amenazaron y les trataron mal hasta expulsarles. Cerca de 130.000 tutsis fueron expulsados de sus hogares a los países vecinos, como por ejemplo aquí, a Uganda. Los tutsis que quedaron fueron tratados, no ya como ciudadanos de segunda, sino como verdaderos animales. Tiempo después el ejercito de liberación de Uganda, fundado por el hermanastro de nuestro amigo Saleh, tomó el control de Uganda y... Bueno, ya le habréis visto por la microcámara. Alto, piel tostada... Los tutsis dominan la mayoría de los países que rodean Ruanda. De modo que a no ser que se anden con ojo, los hutus se pueden llevar una buena tunda. Si fuera mal pensado, que lo soy, diría que han sido los propios hutus quienes han atentado contra los presidentes y tener así un motivo para eliminar a los tutsis que queden en Ruanda. Su mano derecha, ese coronel Bagosora no me parece trigo limpio. Tengo entendido que Habyarimana estaba negociando una solución pacifica a las escaramuzas pidiendo apoyo internacional. Supongo que por eso estaba en aquel avión.

- ¿Cómo sabes tanto de la situación de ese país? No sabia que la historia estuviera entre tus hobbies.

- Y no lo está. Lo que ocurre es que siempre me informo de cómo esta la situación en el lugar al que voy antes de ir. De esa manera me aseguro de que os podré sacar vivos de allí. ¿No te lo enseñaron en la academia de mercenarios antes de graduarte?- apostilló Frost riendo.

- ¿Academia de Mercenarios? Yo no he estado en ninguna academia de mercenarios. ¿Qué academia de mercenarios?

- Si, hombre.- intervino Blizzard que había escuchado la historia y ahora contenía la risa a duras penas.- Donde te enseñan cómo salvarle el culo a los compañeros. Afganistán, El Líbano, Colombia, Camboya, Chechenia, Haití, Saigón, Iwo-Jima... -

Nuevamente todos echaron a reír, salvo Ventisca que gruñó y se dio media vuelta para volverse a dormir.

Al caer la noche ya habían recorrido toda la distancia que separaba Fort Portal de la frontera con la República Democrática del Congo. Tras todo el día de viaje, y varios cambios de conductor, se encontraban frente al parque nacional de Semliki que era lo único que les separaba del Kahuzi-Biega. La escasa luz de la luna casi nueva les protegía, mas los faros de la furgoneta delataban su posición. Se adentraron en el parque natural por un sendero de la jungla. El único por el que podía circular el vehículo sin chocar contra la vegetación. De pronto, al girar un recodo se vieron frente a un puesto de guardia vigilado por una veintena de hombres armados. Blizzard, quien estaba en ese momento al volante, consideró prudente obedecer las órdenes de los guardias y redujo la velocidad a fin de parar frente a ellos.

- Sigue, Zack, no te pares. Podría ser una trampa.- Fueron las indicaciones de Frost, desde el asiento del copiloto.

- Fíjate, llevan insignias de guardias de la reserva. Verán que no somos cazadores y nos dejarán pasar.- replicó el conductor reduciendo más.

- ¿Cuándo has visto guardias forestales con armas automáticas? No pares, Blizzard, es una orden.- masculló Frost inquieto.

Desoyendo imprudentemente el consejo de Frost y desobedeciendo la orden dada, Blizzard pisó el freno y detuvo el vehículo junto al guardia que se había aproximado a la ventanilla izquierda. Al mismo tiempo, otros tres individuos rodeaban la furgoneta en la penumbra con sus armas a punto. Una linterna rasgó la oscuridad y deslumbró a los ocupantes de los asientos delanteros. Golpeando ligeramente la ventanilla del conductor con la punta del arma, el jefe del grupo indicó que la bajaran. Antes de que Frost pudiera reaccionar, Blizzard obedeció y se encontró con la metralleta apuntándole directamente a la cara. Los hombres armados les ordenaron apearse y, a la luz de las linternas, les alejaron del vehículo y les llevaron junto con el mayor grupo de militares. A pesar de que aparentemente se trataba de guardias forestales, los hombres armados resultaron ser rebeldes congoleños pertenecientes al Ejercito de Liberación del Zaire. Tendían emboscadas a los convoyes, que transportaban suministros desde Uganda a las tropas democráticas en Goma, y los desviaban a sus propios almacenes. La guerra de guerrillas en esa zona era común. Disponiendo de una cantidad inmensa de jungla en la que esconderse, era prácticamente imposible para el ejercito legitimo controlar a los rebeldes o prever su siguiente lugar de ataque. Sumando a esto el hecho de que el ejercito democrático apenas disponía de efectivos suficientes para defender las partes más importantes del país, era impensable llevar a cabo una esterilización a gran escala de la selva.

Las luces de un jeep se encendieron alumbrando la furgoneta. Los rebeldes obligaron a Frost y a Blizzard a poner las manos sobre la cabeza y les despojaron de sus armas de cinto. Los tres hombres que aún permanecían con la furgoneta se dirigieron a la parte de atrás para revisar su contenido. Mientras dos apuntaban sus armas a las puertas, el tercero las abrió.

A Iceberg no le había dado tiempo de preparar las armas. Por tratarse de un especialista en explosivos, comunicaciones y guerra electrónica, no tenía una formación especifica de combate personal. Flake dormía y a pesar de lo feo del asunto no tenía mucho sentido despertarle hasta que fuera necesario. Ventisca, tan poco habituado al calor de esas latitudes, se encontraba amodorrado y exhausto. Con este panorama, los atacantes se envalentonaron y brutalmente los sacaron afuera. De poco le sirvió a Ace protestar, le ataron las manos con bramante y le pusieron junto al resto mientras preparaban una jaula para el perro y se llevaban al chico en brazos al jeep. Ventisca desconfiaba de los extraños y se movía perezosamente hacia la jaula que le habían dispuesto.

De pronto, Frost silbó. Mecánicamente Ventisca echó las orejas hacia atrás, enseñó los dientes y se lanzó contra el hombre armado más cercano. Casi 30Kg. de animal golpearon al desprevenido soldado que cayó al suelo. Ventisca gruñó y hundió repetidas veces los dientes en la garganta de su desafortunada presa, antes de saltar a por el siguiente. Desafortunadamente el resto de los rebeldes tuvo tiempo de reaccionar. Mientras aún se encontraba en el aire fue impactado por la culata de una de las armas y, perdiendo el equilibrio, cayo al suelo donde fue apaleado por la turba. Al ver esto Frost se enfureció e intentó ir en su ayuda, pero el soldado que tenía delante le puso el cañón en el pecho riendo. Frost detuvo su intención inicial y miró por el rabillo del ojo a Blizzard, que a su vez miraba con desprecio a los soldados, en busca de apoyo para su estratagema. Cuando quiso volver a mirar a Ventisca un rebelde con un pañuelo amarillo atado en torno a la manga levantaba su arma y lanzaba la culata de la escopeta en dirección a su cara. No pudo esquivar. Con un crujido las sombras le tragaron.
  • La Frase de Hoy: Si molestas a un perro, molestas a su dueño. Proverbio Ruandés.
  • Para el que no lo Sepa: Este es el inicio del relato anterior. En un principio Flake iba a ser mudo debido a un trauma de su infancia en el Libano, pero entonces seria demasiado mayor para el tiempo en el que transcurre el relato. Mas originalmente todavia, Frost estaría entrando en la fiesta que Pietro Romanoff daba en honor a su hermana May; la primera aventura de NILSA en la que aparecia. Todos sabemos cómo acabó aquello.

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