Velvet (II)

Desidia

El edificio de la sede de Nethers Komunications, NeKo, parecía un hervidero. La extensa mole de cristal y acero que dominaba con su prepotencia la vista de cuantos entraban en la ciudad se veía iluminada en toda su magnitud. Los helipuertos bullían de actividad al recibir y despachar lujosos aparatos.

Un helicóptero plateado con la silueta del gato y el mundo, logotipo de NeKo, tomó tierra y al desplegarse la escalerilla un individuo de mediana edad vestido con traje color crema y sombrero descendió entre el remolino que formaban las aspas a su alrededor.

-¿Ha llegado?- preguntó acercándose agachado a un hombre menudo con bigote al tiempo que sujetaba su sombrero para evitar que saliera volando a causa del vendaval. El interpelado asintió e inmediatamente giró sobre los talones con intención de que el recién llegado le siguiera. Bajaron.

Al entrar en la habitación, un par de pisos más abajo, todos se levantaron. Fornidos hombretones embutidos en trajes oscuros, la mayoría de ellos con gafas de sol a pesar de las horas nocturnas; todos menos uno que permaneció sentado a la cabecera de la enorme mesa de reuniones con los pies sobre ella con aire displicente.

- ¡Griffith! ¿Quieres explicarme que coño ha pasado?- bramó el recién llegado nada más traspasar la puerta clavando los ojos en el pelirrojo hombre que se enseñoreaba en el amplio sillón forrado de cuero negro.

El interpelado apenas se movió. Esbozando una sonrisa se arrellanó en el asiento, lo que provocó miradas veladas por parte del resto de asistentes. Apoyando los codos en los reposabrazos, Griffith juntó las manos ante sí desafiando divertido a su oponente con un premeditado silencio.

- Han matado a Carson y lo único que tenemos es un pedazo cuadrado de fieltro adherido a su solapa ¿Qué piensas hacer?- continuó aún desde la puerta el hombre del traje claro y seguidamente se inclinó para deslizar una fotografía en blanco y negro sobre la mesa que, con un siseo sobre la pulida madera, llegó a manos de Griffith. Con un rápido ademán, sin apenas echarle un fugaz vistazo, la devolvió por el mismo camino.

- Terciopelo, Chris -

- ¿Qué? – inquirió el interpelado sin comprender.

- Es terciopelo, imbécil, no fieltro. ¿Acaso ni siquiera eres capaz de diferenciarlo?- repuso griffith provocando murmullos en la sala al alzar la voz.

Ante la patente ofensa Christopher Dawn, vicepresidente de NeKo y uno de los 15 hombres más ricos de Asia, perdió los estribos.

Agarró un cenicero de cristal que reposaba sobre una mesita auxiliar junto a la puerta y la arrojó con violencia contra la cara de su contendiente. Asombrosamente Griffith no recibió daño alguno. Con un movimiento felino interceptó el proyectil a escasos centímetros de su cara y suavemente lo depositó en la mesa junto a sus piernas, aun cruzadas. Parsimoniosamente, fija la mirada en su agresor, hurgó en el bolsillo interior de su chaqueta y antes de dar tiempo a nadie a actuar sacó un habano. Llevándolo bajo su nariz aspiró profundamente su aroma antes de encenderlo.

- No te cabrees, pequeño. A pesar de lo que pueda parecer, - hizo una pausa para escupir el extremo mordido del cigarro en la lujosa y cara alfombra que adornaba la sala de reuniones- estamos en el mismo lado. Nosotros no hemos matado al pobre Carson y tenemos tanto interés como vosotros en averiguar quien lo ha hecho.- Dando una bocanada guardó el encendedor en el bolsillo de su chaleco rojo y, contrariado, fijó sus ojos en una silueta femenina en la que nadie parecía haber reparado, una silueta que humildemente le recordó que no estaba permitido fumar en la sala.

- Ya... por eso hay ceniceros. - Dio una profunda última calada que consumió casi un tercio del habano.- Y tú – gruñó malhumorado. –Deja de lloriquear y busca a quien ha hecho esto.- Uniendo el acto a la palabra arrojó de un capirotazo el habano recién encendido fallando por poco la cabeza del amedrentado hombre. Estrellándose contra el marco de la puerta las brasas y chispas salpicaron el inmaculado traje de Dawn.

  • La Frase de Hoy: No he de callar por más que con el dedo, ya tocando la boca o ya la frente, silencio avises o amenaces miedo. Epistola satirica de Quevedo.
  • Para el que no lo Sepa: A pesar de no hacerme mucha gracia, la estetica y movimientos de Griffith estan basados vagamente en Iori Yagami. El nombre, de Berserk.

Uno más ha sido capturado hoy,


aparece en todos los periódicos. "Joven arrestado por delito informático", "hacker arrestado por irrumpir en un sistema bancario". "Malditos críos. Son todos iguales".
¿Pero pueden, con su psicología barata y su tecnocerebro de los años cincuenta, siquiera echar un vistazo a lo que hay detrás de los ojos de un hacker?
¿Se han parado alguna vez a pensar qué es lo que les hace comportarse así, qué les ha convertido en lo que son?
Yo soy un hacker, entre en mi mundo.
Mi mundo comienza en el colegio. Soy más listo que el resto de mis compañeros, lo que enseñan me parece muy aburrido.
"Malditos subrealizados. Son todos iguales". Puedo estar en el colegio o un instituto. Les he oído explicar cientos de veces cómo se reducen las fracciones. Todo eso ya lo entiendo. "No, Sr. Smith, no he escrito mi trabajo. Lo tengo guardado en la cabeza".
"Malditos críos. Seguro que lo ha copiado. Son todos iguales".
Hoy he descubierto algo. Un ordenador. Un momento, esto mola. Hace lo que quiero que haga. Si comete errores, es porque yo le he dicho que lo haga. No porque yo no le guste, me tenga miedo, piense que soy un listillo o no le guste ni enseñar ni estar aquí. Malditos críos. A todo lo que se dedican es a jugar.
Son todos iguales.
Entonces ocurre algo... se abre una puerta a un nuevo mundo... todo a través de la línea telefónica, como la heroína a través de las venas de un adicto, emana un pulso electrónico, buscaba un refugio ante las incompetencias de todos los días... y me encuentro con un teclado. "Es esto... aquí pertenezco... ".
Conozco a todo mundo... aunque nunca me haya cruzado con ellos, les dirigiese la palabra o escuchase su voz... los conozco a todos... malditos críos. Ya está enganchado otra vez al teléfono. Son todos iguales... puedes apostar lo quieras a que son todos iguales... les das la mano y se toman el brazo... y se quejan de que se lo damos todo tan masticado que cuando lo reciben ya ni siquiera tiene sabor.
O nos gobiernan los sádicos o nos ignoran los apáticos. Los pocos que tienen algo que enseñarnos buscan alumnos complacientes, pero esos pocos son como gotas de agua en el desierto.
Este mundo es nuestro... el mundo de los electrones y los interruptores, la belleza del baudio. Utilizamos un servicio ya existente, sin pagar por eso que podría haber sido barato como el polvo, si no estuviera en manos de glotones hambrientos de ganancias.
Y nos llamáis delincuentes. Exploramos... y nos llamáis delincuentes. Buscamos ampliar nuestros conocimientos... y nos llamáis delincuentes.
No diferenciamos el color de la piel, ni la nacionalidad, ni la religión... y vosotros nos llamáis delincuentes. Construís bombas atómicas, hacéis la guerra, asesináis, estafáis al país y nos mentís tratando de hacernos creer que sois buenos, y aún nos tratáis de delincuentes.
Sí, soy un delincuente.
Mi delito es la curiosidad. Mi delito es juzgar a la gente por lo que dice y por lo que piensa, no por lo que parece. Mi delito es ser más inteligente que vosotros, algo que nunca me perdonaréis. Soy un hacker, y éste es mi manifiesto. Podéis eliminar a algunos de nosotros, pero no a todos...
después de todo, somos todos iguales.
The Mentor, 1986.
  • La Frase de Hoy: A buen entendedor, pocas palabras bastan. Refran español.